La extensión de la ambigüedad en el uso del Hambre y Apetito se refleja
incluso en las definiciones que recoge la Real Academia Española (RAE) al
referirse al “hambre” en su primera acepción como la “gana y necesidad de
comer”, la “escasez de alimentos básicos, que causa carestía y miseria
generalizada” en un segundo significado y como sinónimo de apetito en el
tercero. “Apetito”, por otra parte, lo explica como el “impulso instintivo que
lleva a satisfacer deseos o necesidades” y en una segunda acepción como “gana
de comer”. Definiciones en las que ya queda patente la distinción en función
del componente hedonista.
La fraseología popular también ha contribuido a modelar y asentar la
confusión a lo largo de la historia. “Me muero de hambre”; “Ser más listo que
el hambre”; “Juntarse el hambre con las ganas de comer”; “Comer a alguien con
los ojos”; “Huele que alimenta”, etc. son algunos ejemplos que hacen
referencia, aunque no de forma expresa, sí en sentido figurado, al hambre y
permiten atisbar un uso ambiguo del término al otorgarle acepciones placenteras
más propias del apetito.
Aunque parecen lo mismo, estos términos tienen significados y matices
dispares. Investigadores del Centro de Investigación Biomédica en Red-Fisiopatología
de la Obesidad y la Nutrición (CIBERobn) nos aclaran sus principales
diferencias, identifican los factores que intervienen en ellos y nos presentan
algunas recomendaciones para dominar el apetito que pasan por una combinación
mesurada de la ingesta calórica, hábitos alimenticios saludables y la práctica
de ejercicio físico.
¿Necesidad fisiológica o placer? Según Miguel López, del grupo del CIBERobn de Santiago de Compostela,
coordinado por Carlos Diéguez, “tener hambre” es una necesidad fisiológica
vital, indispensable no sólo para saciar el hambre, sino para nutrir nuestro
cuerpo con micronutrientes, como algunas vitaminas, minerales y
macronutrientes, como proteínas, grasas y carbohidratos presentes en cualquier
alimento”. En cambio “tener apetito” significa el deseo de comer por placer, en
el que intervienen factores como los olores, sabores, el aspecto y presentación
de los alimentos o ciertas costumbres alimenticias que estimulan nuestra mente
para fomentar una necesidad, la de comer, que, en realidad, ya estaría
satisfecha.
En la sociedad actual y avanzada, el problema radica precisamente en el
exceso de oferta y consumo de alimentos, lo que conlleva un incremento del
consumo de calorías que, sumado al incremento del sedentarismo, deriva en el
acumulo de dichas calorías en forma de grasa. Es decir, el sobrepeso y la
obesidad se producen cuando existe un balance energético positivo como
resultado de un desequilibrio entre ingesta calórica. O lo que es lo mismo, la
cantidad de energía que ingerimos con los alimentos y el gasto energético. El
sobrepeso y la obesidad aparecen cuando el número de calorías ingeridas
sobrepasa, de manera crónica, al número de calorías consumidas.
Los ciclos del apetito
Existen tres conceptos interrelacionados que intervienen cíclicamente en
el apetito: hambre, satisfacción y saciedad. El hambre es la sensación
fisiológica que induce a comer; la satisfacción el estado de plenitud que
invita a dejar de comer y la saciedad el período durante el cual la sensación de
satisfacción se mantiene hasta que aparece de nuevo el hambre.
Toda la información periférica procedente de los depósitos grasos,
niveles de glucosa en sangre y del tracto digestivo es recibida, analizada y
procesada por determinadas neuronas (células nerviosas) en el encéfalo. En
concreto, la región cerebral de mayor importancia para la regulación de la
ingesta es el hipotálamo, situado en la parte mediobasal del cerebro. “Aunque
el control hipotalámico de la ingesta es muy preciso, se ve influenciado por
factores hedónicos, relacionados con el placer por la comida y también por el
acto social que supone comer”, señala Miguel López.
Es bien sabido que hay alimentos que “enganchan”, comidas a las que no
podemos resistirnos, como el chocolate, los dulces, los aperitivos, las grasas
saturadas o el café. Esto se debe a que su ingestión estimula zonas cerebrales
implicadas con la adición y mecanismos cerebrales de recompensa. De ahí que
sucumbamos a sus encantos con mayor devoción cuando nos encontramos bajos anímicamente.
Esta es la razón por la cual el incremento del consumo de estos
comestibles o “manjares” está más relacionado con la satisfacción por comer,
que con la simple necesidad vital de ingerir calorías. “Además
de sus efectos sobre la masa y salud corporal, los excesos apetitivos típicos
de sociedades desarrolladas”, según apunta Miguel López, “acabarían provocando
una adicción, al igual que sucede con las drogas o los juegos de azar”.
Un fenómeno que algunos teóricos denominan como “hambre hedonista”.
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