(Diario El Inefable) Tom Harrell está considerado como uno
de los mejores trompetistas de jazz de todo el mundo, un hombre de
conocimientos musicales enciclopédicos, admirado por su capacidad para
improvisar de una manera cerebral pero emocionalmente conmovedora. Pero también
padece esquizofrenia, una de las enfermedades mentales más preocupantes de
nuestra época.
Por esta especial condición de genio de la música y enfermo
de esquizofrenia que desarrolla una vida normal gracias a los nuevos fármacos
descubiertos contra dicha enfermedad, actuó alguna vez ante psiquiatras e
investigadores en el campo de la psiquiatría, como en el año 2002 con motivo de
la celebración de la convención anual de la Asociación Americana de
Psiquiatría, coincidiendo además con la salida al mercado de su decimonoveno
CD, “Live at the village vanguard”, y a punto de celebrar su décimo aniversario
de boda.
La esquizofrenia es una enfermedad que afecta a una de cada
100 personas y de la que afirman los expertos que, gracias a los nuevos
tratamientos, éxitos como el obtenido con Harrell, son cada vez más frecuentes.
La medicina ayuda, desde luego, pero a sus 55 años Harrell tenía que luchar con
todas sus fuerzas para mantener la concentración en un mundo desbordado de
distracciones, en el que se le veía con un aspecto lo suficientemente extraño
como para atraer numerosas miradas furtivas en la calle.
Ataviado con unos anchos pantalones negros y una cazadora de
cuero, también negra, con la cremallera subida hasta el cuello, en aquellos
momentos de sus actuaciones en que no intervenía, se mantenía inmóvil bajo los
focos del escenario, con los brazos colgados a los costados, los labios
extrañamente fruncidos, los ojos cerrados y escuchando con más atención que
cualquier otro de los que estaban en la sala.
Cuando llegaba su turno, levantaba la trompeta, tocaba unas
notas claras, ricas, alegres –notas que él mismo escribía- en perfecto ritmo
con su banda y, durante breves instantes, se sentía totalmente a gusto. Entre
tema y tema, evitaba el parloteo e incluso los consabidos “gracias” que otros
artistas suelen utilizar para conseguir el aplauso fácil del público.
Para los verdaderos aficionados a la música de jazz, que
aprecian la excentricidad, siempre ha sido irrelevante la forma de actuar de
Harrell; lo que les ha importado ha sido la música. “Hay tanta pureza en su
música, tanta melodía y belleza”, explica Terrell Stafford, un trompetista de
jazz que, tras haber abandonado la música clásica después de escuchar tocar a
Harrell, se dedicaba a impartir clases en la Universidad de Temple. Hacia él
sólo tenía palabras de admiración: “es un gran compositor, y todo lo que toca a
la trompeta cuando improvisa es casi como una melodía escrita”, dice con
frecuencia.
Para quienes
identifican la esquizofrenia con el hombre desaliñado que grita sus delirios en
la esquina de una calle, alguien como Harrell puede suponer una verdadera
sorpresa. Incluso la mayoría de los profesionales de la salud mental han
considerado históricamente la esquizofrenia (que produce paranoia, delirios y pensamiento
desorganizado) como una enfermedad que hace que el éxito en la búsqueda de
trabajo sea casi imposible. Como reconoce Zlatka Russinova,
investigadora del Centro para Rehabilitación Psiquiátrica de la Universidad de
Boston, “cada vez es mayor el número de personas identificadas como que han
alcanzado el éxito en diferentes profesiones”.
Pero, al igual que en cualquier otra enfermedad, en opinión
de los expertos, la esquizofrenia es más grave en unas personas que en otras.
Los nuevos medicamentos y las nuevas actitudes están cambiando el aspecto de la
enfermedad. Y Harrell no ha sido el único caso de un famoso con esquizofrenia que
ha saltado a las páginas de los periódicos. Ahí tenemos, sin ir más lejos,
la gran popularidad alcanzada por el Premio Nobel de matemáticas John Nash,
tras el éxito de la película sobre su vida “Una mente maravillosa”,
interpretada también maravillosamente por Russel Crown. Nash padecía
esquizofrenia y supo convivir con ella y desarrollar una vida normal.
Hijo de un catedrático de Psicología Empresarial y
Estadística, Harrell creció en la zona de la bahía de San Francisco. Niño
excepcionalmente brillante, aprendió a leer solo y se saltó un curso en
enseñanza básica. Empezó a tocar la trompeta a los ocho años y, en el instituto,
ya tenía su propia banda de jazz.
Intentó quitarse la vida mientras estudiaba composición en
Stanford. Eso provocó un diagnóstico de esquizofrenia. Con tratamiento logró completar su formación escolar e inició su carrera de música. Conoció a su esposa
Ángela cuando ella llevaba a cabo una investigación para una serie de
televisión que trataba sobre la creatividad y el cerebro. Harrell no llegó a
formar parte del espectáculo, pero ambos descubrieron que eran casi vecinos en
Nueva York y se hicieron amigos. “Una vez que superas el desconocimiento
inicial de su situación y de la forma en que le afecta, la enfermedad deja de
convertirse en su aspecto más destacado”, afirma su esposa. “Para mí, la
enfermedad mental no le define como persona. Lo que me llevó hasta él fue su
inteligencia y lo
divertido, cariñoso, honesto, afectuoso y desprendido que es...
Podría seguir y no parar. Es sencillamente una persona enormemente sincera, muy
real y espiritual, muy generoso y divertido”.
A menudo, resulta difícil manejar el estrés para quienes
sufren esquizofrenia, y la vida de un músico de jazz está llena de estrés.
Están los viajes, los lugares nuevos, los cambios de zonas horarias. “Muy
probablemente su entorno no es el mejor para estabilizar los síntomas”,
reconoce Ángela Harrell, “pero por otra parte , ha sido la música la que le ha
ayudado a seguir hacia adelante todos estos años”.
Durante su matrimonio se produjo otro intento de suicidio y una
reacción casi mortal a uno de sus medicamentos, seguido de la búsqueda de un
nuevo fármaco. Harrell explicaba que los medicamentos le ayudaban a mantener la
calma y a concentrarse, pero que a veces también le hacían sentirse cansado.
Según exponía no escuchaba voces –como sucede en algunos afectados por esta
enfermedad- pero en algunas ocasiones tenía problemas para pensar con claridad,
algo que él definía como “si no tuviera suficiente oxígeno en la cabeza”.
Sin embargo consiguió trabajar y escribir a diario, llegando
a estar convencido de que la esquizofrenia le ha hecho más productivo. “Una
cosa que ha pasado con la enfermedad mental es que me ha forzado más a
adentrarme en mi mismo... en cierto modo, me aísla socialmente. No tengo tantas
opciones sociales como tienen otras personas”.
Harrell es capaz de escuchar acordes y percusión en los
sonidos cotidianos que la mayoría de nosotros rechazamos (el tintineo de unas
copas o un dedo que tamborilea en una mesa, por ejemplo), y las canciones le
llegan en fragmentos, a menudo por la noche cuando se “abre una puerta en mi
mente”. Es obvio que las ideas fluyen rápidamente en él. “El problema no
estriba en encontrar una idea nueva,
sino en poder seguir el ritmo del flujo de ideas nuevas”, comenta al
hilo del recuerdo de aquella primera vez cuando oyó una grabación de los años
cuarenta de Dave Brubeck, el líder de la banda que le introdujo en el sonido
“mágico” de una nota sostenida de trompeta.
A pesar de su aspecto tímido en el escenario, Harrell siempre ha reconocido que le gusta la comunicación con el público. En su opinión, la
mejor manera de escuchar música es con los ojos cerrados. Por otra parte,
confiesa su temor al rechazo social si mira a alguien de forma inadecuada.
“Sería bueno comprobar cuál es la reacción del público, pero me da pavor
ofender”. Para Quincy Davis, el batería del quinteto, la ausencia de
teatralidad de Harrell siempre ha sido una ventaja, ya que eso significa que
la música tiene que ser buena.
Historia y anécdotas de la industria farmacéutica a través de uno de los laboratorios farmacéuticos más grandes del mundo.
“El legado farmacéutico de Alfred Nobel”: https://amzn.to/3lkv5h8
No hay comentarios:
Publicar un comentario