(AZprensa) Alguna vez se ha dado un atentado que hizo saltar por los aires la redacción de un periódico pero, fuera de estos tristes sucesos, ¿habéis visto alguna vez a una revista saltar (literalmente) por los aires? Yo puedo decir que sí, y esta es la historia…
Era la década de los setenta y trabajaba entonces en el laboratorio farmacéutico Latino-Syntex. Este importante laboratorio tenía algo que no tenía ningún laboratorio y que nunca jamás ha tenido después ningún otro laboratorio: dos revistas. Pero no me refiero a los clásicos “house organ” o “revistas de empresa” sino a revistas científicas. El nombre de estas revistas era “Medicamenta” y se editaban mensualmente dos ediciones, una para farmacéuticos (cubierta verde) y otra para médicos (cubierta amarilla). En cada una de ellas tenían cabida los artículos científicos que escribían médicos y farmacéuticos respectivamente y que, antes de su publicación, pasaban la revisión y aprobación correspondiente; porque en ningún caso se trataba de artículos que cantasen las bondades de los productos del laboratorios sino que eran artículos científicos de cualquier aspecto y área de interés en la medicina y la farmacia. Así se hacía constar bajo el nombre de la publicación, donde se indicaba claramente: “Revista de estudios y trabajos profesionales de ciencias médicas”.
La revista se distribuía a todos los farmacéuticos de España y a muchos miles de médicos, y tenía una excelente acogida. Para aquellos profesionales que conseguían que les publicasen un artículo, porque esto engordaba su curriculum y su ego; y para todos los demás por el interés en sí de los artículos.
Un inciso: Si los artículos no ensalzaban las cualidades de los productos de este laboratorio y la revista se repartía gratuitamente ¿qué beneficios aportaba al laboratorio? Era, sobre todo, una excelente plataforma para potenciar la imagen del laboratorio, para que todos los médicos y farmacéuticos sintiesen un afecto especial por el laboratorio que les proporcionaba ese servicio y esa formación continuada; y también porque en la revista lo que sí se incluían eran anuncios de los productos del laboratorio. Si cualquier revista médica editada por una editorial cualquiera llevaba anuncios de todos los laboratorios que quisiesen anunciarse en la misma, en esta, los anuncios eran siempre del mismo laboratorio. Esa era la única concesión, por lo demás, completamente lógica, razonable y ética.
Pero volvamos, porque un buen día ese enorme coste mensual llamó la atención del director general –hombre temperamental donde los hubiese- y amenazó con hacer desaparecer la revista si no se abarataban sus costes. Los responsables de la misma estudiaron diversas alternativas y al final optaron por cambiar el sistema de encuadernación. Como la revista tenía muchas páginas, se encuadernaba cosida, pero en aquél entonces acababa de aparecer una nueva forma de encuadernar que se llamaba “lomoflex” y consistía en que todas las hojas iban pegadas al lomo con una cola especial. Se conseguía el mismo resultado pero a un coste sensiblemente inferior.
Con el primer ejemplar encuadernado de esta forma, subieron al despacho del director general para presentárselo. El director lo miró con interés y fue pasando las hojas, comprobando que estas estaban perfectamente pegadas al lomo; pero ya hemos dicho que era un hombre muy temperamental y en una de estas la hoja que pasaba se desprendió del lomo. Entonces empezó a pasar las hojas con más energía y se desprendió otra. Con la cara ya encendida de irritación al ver el fracaso de aquella propuesta, pasó más y más hojas con tanta fuerza que ya ninguna de ellas aguantaba pegada al lomo, hasta que en medio de una sarta de exabruptos lanzó la revista por los aires, se estrelló contra el techo, y bajó de allí convertida en una lluvia de hojas sueltas mientras se oían desde fuera toda una serie de palabras que no nos atrevemos a repetir para no herir la sensibilidad del lector.
Yo estaba junto a otros compañeros del laboratorio al otro lado de la pared del despacho, unas paredes modulares que no llegaban hasta el techo, por lo que pudimos ver perfectamente cómo la revista saltaba por los aires y bajaba hoja a hoja como en el otoño, acompañada eso sí, de rayos y truenos pero emitidos por el director.
Unos meses después, la revista “Medicamenta”, tanto en su edición para los médicos como para los farmacéuticos, dejó de editarse y se perdió no sólo una magnífica revista sino también una excelente plataforma para insertar los anuncios del laboratorio. Quizás los únicos que se alegraron de todo aquello fueron los responsables de otras editoriales que vieron cómo desaparecía una revista rival y aparecía un nuevo cliente potencial que, al no tener revista propia, se vería obligado a poner anuncios quizás en su revista.
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