(AZprensa) En Mercurio, el Sol se vería bastante más grande de cómo vemos la Luna y contrastaría poderosamente con el cielo oscuro, ya que aunque tiene una atmósfera muy débil, la sensación sería como la de estar en la Luna pero con un Sol mucho mayor.
En Venus el Sol se vería a doble tamaño de cómo lo vemos en la Tierra, aunque a decir verdad si estuviésemos en su superficie no veríamos el Sol porque el planeta está completamente cubierto de nubes de forma permanente, sólo veríamos una fuerte luz amarillenta tiñendo todo el paisaje tal como han transmitido en sus fotografías algunas de las naves que han logrado posarse allí (como las naves soviéticas Venera).
En Marte, el Sol se ve casi a la mitad de tamaño que desde la Tierra, pero la luz percibida no es la mitad sino bastante más, pudiendo disfrutar de una agradable luz solar tal como han demostrado las múltiples fotografías que –por cierto- ya no muestran un planeta “rojo” sino uno “azul” bastante más parecido al nuestro. Aunque se nos dice que su albedo es de 0,15 (bastante inferior al de la Tierra que es de 0,3 a 0,4) la realidad es que todo depende del lugar en el que nos encontremos, y teniendo en cuenta la presencia de hielo en muchos lugares y lo más o menos polvoriento que sean dichos lugares, la visibilidad puede variar y ser mucho mejor de lo que cabría esperar en razón de su distancia al Sol.
En el cinturón de asteroides, en donde se encuentra el planeta enano Ceres, el Sol se ve como un punto más pequeño que la Luna pero más luminoso.
En Júpiter en realidad no podríamos ver el Sol puesto que su superficie posiblemente líquida, su enorme presión atmosférica y las radiaciones que emite, hacen imposible al ser humano poner un pie en el mismo; lo único que podríamos hacer es pisar alguno de sus satélites y en ese caso el Sol se vería tan solo como un pequeño punto luminoso –mayor que cualquier otra estrella, por supuesto- pero lejos de cómo lo vemos desde Marte, Tierra, Venus y no digamos ya Mercurio. Lo que sí habría, en cambio es luz suficiente para ver el paisaje y distinguir los objetos, no sólo porque la luz del Sol aun estando tan lejos daría visibilidad sino porque el enorme tamaño a que se vería Júpiter alumbraría la superficie del satélite, sobre todo la de aquellos que tienen atmósfera.
En Saturno la situación es muy similar a la de Júpiter: es imposible poner un pie en este planeta aunque sí podríamos hacerlo en cualquiera de sus satélites; allí el Sol se vería como un punto luminoso, simplemente algo más grande que las estrellas, y la reflexión de la luz en el gigante Saturno daría una luz adicional suficiente para el ser humano que pisase sus satélites.
En Urano ocurre otra tanto de los mismo, no podríamos acceder a él sino sólo a alguno de sus satélites; allí el Sol se vería como una estrella más aunque con más brillo y el reflejo de la luz solar en el enorme disco de Urano daría una luz suficiente para ver el entorno pero muy distinta y mucho más apagada que lo que estamos acostumbrados a considerar como luz de día.
En Neptuno estamos en el mismo caso, sin posibilidad de pisar este planeta tendríamos que conformarnos con pisar su satélite Tritón y desde allí distinguir una pequeña estrella más brillante que las demás, que sería nuestro Sol. Afortunadamente el reflejo de esa luz en Neptuno daría una poco más de claridad al paisaje, aunque no mucha más.
Finalmente en Plutón, el Sol sólo es una estrella más en el firmamento aunque brille con más fuerza, lo que unido a la atmósfera de este planeta y al refuerzo adicional del reflejo de Caronte, permitiría que al mediodía (cuando el Sol estuviese iluminando con más fuerza Plutón) la claridad fuese la equivalente a la que tenemos en la Tierra poco antes del amanecer, cuando el Sol aún no ha asomado por el horizonte.
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