Un joven, pongamos que llamado Tomás, convenció a un amigo para apuntarse a un maratón de 15 km. Su experiencia en este tipo de pruebas: 0. Su bagaje y preparación deportiva: los paseos diarios con su perrito por el parque. Dos días antes de la prueba, y como preparación a la misma, corrieron algo más de media hora. La noche anterior, para culminar su preparación, estuvieron de copas hasta altas horas de la madrugada. Ya por la mañana, un completo desayuno: un yogur y una mandarina. Y por fin, salieron hasta el punto de concentración para la salida de la prueba. Como habéis podido comprobar, su preparación para la prueba había sido excelente.
Al llegar al punto de salida se encontraron con cerca de un millar de participantes, todos ellos de porte ágil y fibroso, como mandan los cánones del maratón. Lucían camisetas de diversos clubes deportivos y hacían ejercicios de estiramiento. Tomás y su amigo también estiraron, pero sólo el cuello, para seguir con interés las cosas que hacían esos participantes.
Con esmero se colocaron orgullosos su dorsal, pero se sorprendieron cuando los organizadores les dieron un chip que debían colocar en su zapatilla y que serviría a los jueces para validar los resultados de la prueba. “Me parece que esta no es una carrera popular sino de profesionales”, le dijo escamado Tomás a su amigo. Instantes antes del comienzo, los organizadores dijeron: “Los que vayan a cubrir la distancia en menos de 1 hora, que se pongan delante”. Y casi al unísono el 90% de los asistentes pujó por situarse en las primeras posiciones. Tomás y su amigo, más escamados aún, se quedaron en la parte de atrás.
Sonó el disparo de comienzo de la prueba y todos salieron corriendo en lo que a Tomás le pareció un sprint. “¿Pero cómo esprintan si la prueba es de 15 km?” se preguntó. El caso es que a los 30 segundos ya estaban los dos completamente descolgados y al cabo de dos minutos ya casi ni se veía al inmenso tropel de corredores.
Tomás y su amigo se miraron sorprendidos mientras continuaban trotando a su ritmo y se sentían un poco avergonzados cuando los espectadores les jaleaban y aplaudían. “¿Será en plan de cachondeo?” se preguntaron. Y lo peor vino después cuando se les ocurrió volver la cabeza y mirar hacia atrás: una ambulancia y el coche de policía que cerraba la carrera iban detrás de ellos... posiblemente en primera y a punto de que se les calase el motor.
Por fin divisaron una pancarta, pero a su cara asomó la decepción: ya estaban exhaustos y sin embargo sólo habían recorrido “2 km” mientras que a todos los demás corredores hacía tiempo ya que no se les divisaba. No quedaba más solución que el consabido “tierra, trágame” o el hacerse invisible y desaparecer; pero no era tarea fácil. Se hicieron unas señas y comenzaron a desatarse el dorsal y al llegar a una curva saltaron entre dos coches aparcados, se quitaron el dorsal y se perdieron entre las calles disimulando cuanto pudieron.
Los locutores deportivos que narraban la carrera fueron anunciando la llegada de los corredores y allí se fue estableciendo el panel de ganadores, la clasificación de los participantes, la relación de abandonos y... una nueva categoría que hubieron de introducir: dos corredores desaparecidos.
Poco después, una llamada en el móvil se interesó por ellos y les pidió... que devolviesen el chip. Sí, los sistemas de seguimiento de los organizadores no habían fallado.
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