miércoles, 11 de mayo de 2022

Lo que impone una alcachofa

(AZprensa) Con el nombre de alcachofa se conoce popularmente a los micrófonos y eso es algo que impone muchísimo respeto a todos lo que no están acostumbrados a hablar en público. Cuando trabajaba en los laboratorios Latino-Syntex, hacíamos muchas prácticas de visita médica grabada en vídeo para que luego el interesado se viese a sí mismo y reconociese cuáles eran sus fallos y de esta forma los corrigiese mejor (no es lo mismo que te digan que has hecho algo mal a que seas tú mismo quien te veas cometiendo ese fallo). Pues no era cosa de un día o de una persona, sino algo generalizado: la alcachofa imponía tanto que hasta los mejores Visitadores Médicos se quedaban cortados y hacían presentaciones mucho peores de lo que cabría esperar. En cambio, si esa prueba no se grababa sino que se hacía allí en vivo, sin micrófono, la cosa salía bastante mejor. Tanto impone un micrófono que hasta una vez, hace unos pocos años, salió un Jefe de Producto a hacer una presentación desde el escenario de un hotel ante toda la red de ventas. Apenas si pudo pronunciar unas palabras, le impresionó tanto aquél magnífico auditorio, lleno de focos, pantallas de video gigantes, gradas repletas de gente, etc., que se le hizo un nudo en la garganta y no pudo hablar. Comprendiendo lo mal que lo estaba pasando, surgió espontáneamente una gran salva de aplausos para animarle, pero ni por esas, hizo otro intento y sus cuerdas vocales no respondían, estaba completamente mundo (y supongo que empapado en sudor frío). En unos instantes (que no debieron ser muchos segundos pero que a él debieron parecerle una eternidad) y viendo que lo estaba pasando tan mal, el director comercial salió a animarle quitando importancia al asunto para dar paso al siguiente ponente.
 
Y de estas ha habido muchas, entre ellas una vez, cuando años más tarde estaba trabajando en una empresa de agroquímicos, en que debíamos grabar a uno de los técnicos para que explicara unos aspectos técnicos de un producto a fin de incorporarlos a un audiovisual que estábamos preparando. “Es cosa de poco, sólo unas frases”, le dijimos. Y así hicimos el ensayo de lo que tenía que decir. Ya estaba todo claro, así que pasamos a la grabación.
 
Pero cuando vio el trípode, la cámara, los focos, todas las personas del equipo que se movían alrededor, se le hizo un nudo en la garganta y a duras penas podía decir sus frases. Lo intentamos muchas veces y optamos finalmente por dividir el texto en bloques: que no lo dijese todo seguido sino primero una frase, luego una pausa y otra, etc. que ya nos ocuparíamos nosotros después de empalmarlo todo. Pues ni por esas. Bueno, me equivoco, una vez sí que lo dijo todo bien y de corrido, pero justo al terminar añadió pegado a la última frase: “ahora ha salido bien ¿verdad?” y ahí la cagó, porque estaba la dicción tan justa que no había forma de cortar la frase para que quedase natural.
 
Lo que iban a ser sólo unos minutos para grabar unas frases, se convirtió en toda una mañana de trabajo y desesperación. Cuando no se le olvidaba una frase, se equivocaba en algo, y cuando no se equivocaba en la dicción resulta que miraba a donde no debía. Total, que al final tuvimos que optar por empalmar trozos aislados de distintos intentos para que las frases saliesen normales y como en ocasiones la locución era normal pero estaba mirando a otra parte o cambiando nervioso de postura, tuvimos que “tapar” esos lapsus con imágenes relativas al producto mientras su voz en off seguía dando las explicaciones.
 
Pocos laboratorios tenían un equipo de grabación tan completo como el nuestro. Lo llevábamos a congresos para retransmitir a un televisor situado en nuestro stand las sesiones; esto traía la deseada consecuencia: los médicos preferían seguir las sesiones desde nuestro stand que desde dentro y eso permitía que los visitadores médicos hiciesen su labor. Lo peor de todo es que también me obligaba a ver cosas que no quería, como –por ejemplo- películas de operaciones donde se mostraba con todo lujo de detalles cómo abren en canal a un paciente y empiezan a trajinar con sus entresijos. Pero la parte más entretenida para mí (y menos deseada por los visitadores médicos, era la correspondiente a la formación y a eso que se llama “teatro de ventas”, es decir, simular entrevistas de venta para que vayan cogiendo soltura en el desarrollo de la argumentación, manejo de los materiales promocionales, respuesta a las objeciones, etc. En muchas ocasiones me tocó “hacer de médico” y poner en todo tipo de apuros al visitador de turno mientras todo se grababa para que luego el interesado viese si había salido airoso o no de la prueba. Esto me dio soltura frente a esa temida “alcachofa” y acrecentó mi afición a subirme al escenario. Quizás la más sonada fue cuando interpreté, junto al jefe del nuestro departamento de Publicidad, Manuel Duque, un sketch en donde él hacía el papel de médico y yo el de visitador. Recreábamos una situación ideal e inverosímil: un médico amabilísimo y sin prisa, que muestra interés por todo lo que le dices y al que convencen todos tus argumentos, presentados además al más puro estilo Tip y Coll. Por ejemplo, cuando el médico me preguntó que cuál era el precio del medicamento yo le hice agacharse debajo de la mesa y así con los dos, tumbados en el suelo, le dije: “mírelo, el precio no puede estar más bajo”.

Fuente: “Memorias de un Dircom” https://amzn.to/32zBYmg

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