(AZprensa) Muchas
empresas, en especial aquellas grandes en donde se concentran muchos
trabajadores por distintas plantas y/o dependencias, suelen tener un sistema de
megafonía para dar mensajes a los empleados, en especial cuando se trata de
localizar a alguno cuya presencia se requiere con urgencia en otra parte. Lo
que ya no es tan normal es que este servicio de megafonía se utilice para la
poesía, es decir, para hacer versos. Como yo nací poeta, pude conseguir que el
servicio de megafonía de la centralita del laboratorio recitase unos sencillos
y muy peculiares versos. Esta es la historia…
Mi compañero
Diego García Alonso y yo compartíamos el mismo despacho, ambos como Jefes de
Producto. En el despacho contiguo estaba nuestra secretaria Pepita junto con la
secretaria del director médico. La diferencia de edad era bastante grande,
porque Diego y yo éramos unos jovencitos inexpertos y revoltosos, y ella era de
más edad, siempre amable y pendiente de que no nos faltara nada, una especie de
segunda madre en el trabajo.
Un día nos
percatamos de cómo funcionaba el servicio de megafonía y del juego que podíamos
sacarle. Sólo había que llamar a centralita y decir que nos localizase a tal
persona, en cuyo caso, la telefonista la llamaba siguiendo siempre el mismo
procedimiento: Anteponía “señor” o “señorita” –según correspondiese- al nombre
de la persona buscada, y a continuación añadía “llame a centralita” para que al
hacerlo ella pudiese indicarle quién la buscaba o qué es lo que querían de
ella. Diego y yo caímos en la cuenta de lo bien que rimaría aquello con el
apellido de nuestra secretaria, así que un buen día decidimos hacer la prueba.
Llamamos muy
discretamente a centralita diciendo que localizase a nuestra secretaria y la
recepcionista lanzó a través de la megafonía el siguiente mensaje: “Señorita
Pepita Hita, llame a centralita”. Al escucharlo nos partimos de risa y más aún
cuando notamos cómo en el despacho de al lado, Pepita llamaba a centralita
preguntando quién la buscaba. En centralita le decían que la estábamos buscando
nosotros y entonces ella miraba a través de la mampara de cristal que separaba
ambos despachos y nos veía a nosotros partiéndonos de risa.
Pero lo
mejor de esto es que la broma no se limitó a un solo día, sino que cada dos o
tres días la repetíamos y siempre con idéntico resultado: un pareado recitado
por la telefonista “Señorita Pepita Hita, llame a centralita”. Pepita,
entonces, se limitaba a dar unos toquecitos en el cristal como diciendo que
parásemos ya de gastar bromas, mientras nuestras risas se disparaban ya sin
pudor.
Desde luego
tendríamos que haberle levantado a Pepita un monumento a la paciencia porque
además siempre aceptó con deportividad y buen humor nuestras bromas de las que
al final ya se había vuelto cómplice hasta la misma telefonista.
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