viernes, 13 de mayo de 2022

La centralita que recitaba versos

(AZprensa) Muchas empresas, en especial aquellas grandes en donde se concentran muchos trabajadores por distintas plantas y/o dependencias, suelen tener un sistema de megafonía para dar mensajes a los empleados, en especial cuando se trata de localizar a alguno cuya presencia se requiere con urgencia en otra parte. Lo que ya no es tan normal es que este servicio de megafonía se utilice para la poesía, es decir, para hacer versos. Como yo nací poeta, pude conseguir que el servicio de megafonía de la centralita del laboratorio recitase unos sencillos y muy peculiares versos. Esta es la historia…
 
Mi compañero Diego García Alonso y yo compartíamos el mismo despacho, ambos como Jefes de Producto. En el despacho contiguo estaba nuestra secretaria Pepita junto con la secretaria del director médico. La diferencia de edad era bastante grande, porque Diego y yo éramos unos jovencitos inexpertos y revoltosos, y ella era de más edad, siempre amable y pendiente de que no nos faltara nada, una especie de segunda madre en el trabajo.
 
Un día nos percatamos de cómo funcionaba el servicio de megafonía y del juego que podíamos sacarle. Sólo había que llamar a centralita y decir que nos localizase a tal persona, en cuyo caso, la telefonista la llamaba siguiendo siempre el mismo procedimiento: Anteponía “señor” o “señorita” –según correspondiese- al nombre de la persona buscada, y a continuación añadía “llame a centralita” para que al hacerlo ella pudiese indicarle quién la buscaba o qué es lo que querían de ella. Diego y yo caímos en la cuenta de lo bien que rimaría aquello con el apellido de nuestra secretaria, así que un buen día decidimos hacer la prueba.
 
Llamamos muy discretamente a centralita diciendo que localizase a nuestra secretaria y la recepcionista lanzó a través de la megafonía el siguiente mensaje: “Señorita Pepita Hita, llame a centralita”. Al escucharlo nos partimos de risa y más aún cuando notamos cómo en el despacho de al lado, Pepita llamaba a centralita preguntando quién la buscaba. En centralita le decían que la estábamos buscando nosotros y entonces ella miraba a través de la mampara de cristal que separaba ambos despachos y nos veía a nosotros partiéndonos de risa.
 
Pero lo mejor de esto es que la broma no se limitó a un solo día, sino que cada dos o tres días la repetíamos y siempre con idéntico resultado: un pareado recitado por la telefonista “Señorita Pepita Hita, llame a centralita”. Pepita, entonces, se limitaba a dar unos toquecitos en el cristal como diciendo que parásemos ya de gastar bromas, mientras nuestras risas se disparaban ya sin pudor.
 
Desde luego tendríamos que haberle levantado a Pepita un monumento a la paciencia porque además siempre aceptó con deportividad y buen humor nuestras bromas de las que al final ya se había vuelto cómplice hasta la misma telefonista.

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