(AZprensa) Todos los
aficionados a los Toros saben qué es eso de los “cabestros”, es decir, unos
toros mansos que se utilizan cuando hay que retirar de la plaza a un toro que
se ha quedado cojo o es demasiado manso para continuar la lidia. Es tal caso,
sale un rebaño de cabestros, se ponen alrededor de ese toro, y se dirigen con
él a los corrales. Vale, pero ¿qué tiene eso que ver con los médicos? ¿Es que
hay médicos cabestros? Pues no diré ni que sí ni que no, para que no se enfaden
conmigo los médicos, simplemente contaré que hace años me dijeron que sí
existían… y hasta tuve ocasión de verlos actuar. Esta es la historia…
Es cierto,
quizás nadie ha oído hablar nunca de los “médicos cabestros” pero yo escuché
hace muchos años esta definición. Nos la dijo un directivo que era bastante
bruto y temperamental, aunque era de esos que siempre iba de frente, vamos, de
esos que son brutos pero nobles. Estábamos preparando la presencia del
laboratorio en un congreso. Yo me ocupaba de supervisar el diseño del stand
pero había muchos otros frentes que cubrir y fue entonces cuando este directivo
le dijo al Jefe de Ventas que necesitaba “algún cabestro” para uno de los
simposios que se iban a celebrar en ese congreso. Captada mi atención con
semejante palabra, estuve al tanto de la conversación posterior para enterarme
qué era eso de los “médicos cabestros”. Según pude saber, se trataba de pedir a
un par de médicos amigos que asistiesen al citado congreso y cuando llegase el
turno de las preguntas, hiciesen cada uno la pregunta que les indicaba el
laboratorio. ¿Qué clase de pregunta? Pues ese tipo de preguntas cuya respuesta
obligada no hace sino poner en evidencia las ventajas de un determinado
producto (evidentemente el nuestro) aun cuando dicho simposio estuviese
organizado por la competencia o simplemente por la propia organización del
congreso. De esta forma se obligaba al ponente de turno, profesional de
prestigio, a reconocer que tal cualidad de un producto (el nuestro) era
importante.
Como ese
tipo de preguntas la formulaban médicos asistentes, nadie la relacionaba con
los intereses del laboratorio, y como la respuesta la daba un líder de opinión
en el trascurso de un simposio ajeno a los intereses del laboratorio y ante una
gran audiencia, se conseguía un gran impacto y una gran credibilidad. Si esa
misma pregunta la formulase alguien del laboratorio, la respuesta no tendría
credibilidad porque se vería que había sido inducida, pero al hacerse de esta
forma se conseguía el protagonismo de una forma completamente “imparcial”.
Es posible
que tal definición, “médicos cabestros”, sólo haya sido utilizada por aquél
directivo en cuestión, pero después de cuatro décadas en la industria
farmacéutica he podido comprobar que con ese, otro nombre, o con ningún nombre
específico, ese tipo de médicos sí que ha existido.
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