(AZprensa) Alguna vez
se ha dado un atentado que hizo saltar por los aires la redacción de un
periódico o una revista pero, fuera de estos tristes sucesos, ¿habéis visto
alguna vez a una revista saltar (literalmente) por los aires? Yo puedo decir
que sí, y esta es la historia…
Latino-Syntex
tenía algo que no tenía ningún laboratorio y que nunca jamás ha tenido después
ningún otro laboratorio: dos revistas. Pero no me refiero a los clásicos “house
organ” o “revistas de empresa” sino a revistas científicas. El nombre de estas
revistas era “Medicamenta” y se editaban mensualmente dos ediciones, una para
farmacéuticos (cubierta verde) y otra para médicos (cubierta amarilla). En cada
una de ellas tenían cabida los artículos científicos que escribían médicos y
farmacéuticos respectivamente y que, antes de su publicación, pasaban la
revisión y aprobación correspondiente; porque en ningún caso se trataba de
artículos que cantasen las bondades de los productos del laboratorios sino que
eran artículos científicos de cualquier aspecto y área de interés en la
medicina y la farmacia. Así se hacía constar bajo el nombre de la publicación,
donde se indicaba claramente: “Revista de estudios y trabajos profesionales de
ciencias médicas”.
La revista
para farmacéuticos se distribuía a todos los farmacéuticos de España (unos
17.000) y la de médicos a unos 25.000 ya que hubiera sido muy costoso enviarla
a todos los médicos de España que en aquellos años era bastantes más de cien
mil. Tanto una como otra tenían una excelente acogida: Para aquellos profesionales
que conseguían que les publicasen un artículo, porque esto engordaba su
curriculum y su ego; y para todos los demás por el interés en sí de los
artículos.
Un inciso:
Si los artículos no ensalzaban las cualidades de los productos de este
laboratorio y la revista se repartía gratuitamente ¿qué beneficios aportaba al
laboratorio? Era, sobre todo, una excelente plataforma para potenciar la imagen
del laboratorio, para que todos los médicos y farmacéuticos sintiesen un afecto
especial por el laboratorio que les proporcionaba ese servicio y esa formación
continuada; y también porque en la revista lo que sí se incluían eran anuncios
de los productos del laboratorio. Si cualquier revista médica editada por una
editorial cualquiera lleva anuncios de todos los laboratorios que quieran
anunciarse en la misma, en esta, los anuncios eran siempre del mismo
laboratorio. Esa era la única diferencia, por lo demás, completamente lógica,
razonable y ética.
Pero
volvamos, porque un buen día ese enorme coste mensual llamó la atención del
director general –hombre temperamental donde los hubiese- y amenazó con hacer
desaparecer la revista si no se abarataban sus costes. Los responsables de la
misma estudiaron diversas alternativas y al final optaron por cambiar el
sistema de encuadernación. Como la revista tenía muchas páginas, se
encuadernaba cosida, pero en aquél entonces acababa de aparecer una nueva forma
de encuadernar que se llamaba “lomoflex” y consistía en que todas las hojas
iban pegadas al lomo con una cola especial. Se conseguía el mismo resultado que
con el cosido tradicional, pero a un coste sensiblemente inferior.
Con el
primer ejemplar encuadernado de esta forma, subieron al despacho del director
general para presentárselo. El director lo miró con interés y fue pasando las
hojas, comprobando que estas estaban perfectamente pegadas al lomo; pero ya
hemos dicho que era un hombre muy temperamental y en una de estas la hoja que
pasaba se desprendió del lomo. Entonces empezó a pasar las hojas con más
energía y se desprendió otra. Con la cara ya encendida de irritación al ver el
fracaso de aquella propuesta, pasó más y más hojas con tanta fuerza que ya
ninguna de ellas aguantaba pegada al lomo, hasta que en medio de una sarta de
exabruptos lanzó la revista por los aires, se estrelló contra el techo, y bajó
de allí convertida en una lluvia de hojas sueltas mientras se oían desde fuera
toda una serie de palabras que no nos atrevemos a repetir para no herir la
sensibilidad del lector.
Yo estaba
junto a otros compañeros del laboratorio al otro lado de la pared del despacho,
unas paredes modulares que no llegaban hasta el techo, por lo que pudimos ver
perfectamente cómo la revista saltaba por los aires y bajaba hoja a hoja como
en el otoño, acompañada eso sí, de rayos y truenos pero emitidos estos últimos
por el director.
Unos meses
después, la revista “Medicamenta”, tanto en su edición para los médicos como
para los farmacéuticos, dejó de editarse y se perdió no sólo una magnífica
revista sino también una excelente plataforma para insertar los anuncios del
laboratorio. Quizás los únicos que se alegraron de todo aquello fueron los
responsables de otras editoriales que vieron cómo desaparecía una revista rival
y aparecía un nuevo cliente potencial que, al no tener revista propia, se vería
obligado a poner anuncios ¿por qué no? en sus respectivas revistas.
Las divertidas e incluso instructivas anécdotas de un Director de Comunicación a lo largo de su vida profesional (Zeltia, Bristol Myers, AstraZeneca y Organización Médica Colegial):
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