(AZprensa) No hay mayor
satisfacción para un profesor que conseguir que salga adelante un alumno al que
todos dan por irrecuperable. Esta es la historia de cómo conseguí que se
convirtiera en un Visitador Médico de éxito un joven sin apenas formación
previa pero mucho entusiasmo y ganas de aprender… y la sorpresa que me llevé al
final.
Una de mis
funciones era la formación de los visitadores médicos para que aprendiesen cómo
transmitir al médico las bondades de nuestros, persuadirle para que lo
recetasen; no basta con que un vendedor conozca muy bien el producto, además
tiene que saber cómo comunicar.
Junto a mi
compañero Diego García Alonso, nos ocupábamos de dar la formación
correspondiente a conocimiento de los productos y técnica de ventas, dejando a
cargo de un médico la formación básica en conceptos médicos.
Nuestros
alumnos no sólo aprendían y salían bien formados, sino que también se divertían
en aquellas duras jornadas. Por otra parte, nunca escatimamos tiempo para
lograr el éxito de todos nuestros alumnos. Incluso en el caso más difícil que
se nos presentó. Era un chico de Lérida cuya experiencia previa era haber
trabajado como... tornero. Por lo tanto su experiencia previa era cero y su
nivel cultural... pues casi eso. Pero tenía algo que nosotros y nuestra empresa
valoraba mucho: interés. Para él, aprender esos nombres raros de enfermedades y
principios activos era todo un suplicio. Sólo a base de insistir una y otra
vez, de quedarnos al acabar cada jornada con él para continuar dándole clases
particulares, etc., conseguimos que fuera progresando. Afortunadamente, sus
cualidades para las relaciones personales y la labor comercial eran bastante
buenas, así que sólo debíamos esforzarnos en lograr que se aprendiese todos
esos tecnicismos y ciencia médica que era precisa para presentar los productos.
En cualquier
caso, sabíamos que algunos de nuestros visitadores tenían un buen nivel de
conocimientos y en base a ellos desarrollaban eficazmente su trabajo; pero
también había otros –normalmente personas mayores que llevaban muchos años en
la empresa- cuyo nivel cultural era muy bajo pero lo suplían con una gran pericia
comercial y artes naturales para el trato con clientes y la persuasión. El
nuevo aspirante de Lérida entraba en este segundo grupo y por consiguiente
sabíamos que podría triunfar en esta profesión (en aquellos años, por supuesto,
porque actualmente no tendría ninguna posibilidad) si conseguía aprenderse y
dominar unos conocimientos básicos y su terminología correspondiente. Tenía que
aprenderse, por ejemplo, que nuestra vitamina “B12 Latino Depot” era un “tanato
complejo de hidroxicobalamina en un gel de monoestearato de magnesio y aceite
de sésamo”, o que nuestro antibiótico “Bronco Biotic” era “succinato de
cloranfenicol-pirrolidin-metil-tetraciclina, guayacol glicolato sódico y
vitamina C”; tenía que aprenderse qué era el ritmo circadiano, cuáles eran las
principales enfermedades de la piel, qué tipo de situaciones orgánicas
precisaban el aporte suplementario de una o varias vitaminas, cómo los
antibiogramas demostraban la eficacia comparada de diversos antibióticos, etc.
Debo
confesar que tanto él como nosotros estuvimos muchas veces a punto de tirar la
toalla y darle vía libre para que se dedicase a otra cosa; pero nos picaba el
amor propio y nos negábamos a descartar a una persona que tanto interés
mostraba y tanto esfuerzo ponía. Incluso el Jefe de Ventas nos comentó –tras
asistir a alguna de las sesiones- que no creía que superase el curso. Sin
embargo, y contra todo pronóstico, conseguimos que se aprendiese lo básico, que
lo supliese con sus dotes naturales de vendedor, y que sorprendiese gratamente a
los responsables de ventas en el examen teórico y práctico final, siendo
admitido finalmente como Visitador Médico.
Recuerdo,
como anécdota, que al despedirnos de él, antes de que marchase a Lérida para
iniciar su trabajo, nos dio efusivamente las gracias ya que reconocía que sin
nuestra dedicación especial hacia él fuera del horario laboral, no hubiera sido
capaz de superar el curso. Entonces nos dijo que le pidiésemos lo que
quisiéramos, que él estaría encantado de dárnoslo, y no recuerdo si fue Diego o fui yo, quien en
broma le dijo: “pues ya que eres de Lérida y allí hay muy buena fruta, mándanos
una caja de frutas”. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando al cabo de unos
pocos días llegaron al laboratorio dos grandes cajas de madera, una a nombre de
Diego y otra a nombre mío, llenas de peras, manzanas, melocotones, ciruelas...
Se lo tomó en serio y cumplió su palabra... y también cumplió profesionalmente
como Visitador Médico en aquella provincia. Esto último fue lo que sinceramente
más nos alegró a Diego y a mí.
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