(AZprensa) El
escritor y crítico acérrimo de los laboratorios, Miguel Jara, ha publicado un
artículo titulado “La clave del negocio de los fármacos está en la fase de
investigación” y dice –entre otras cosas- que “la mayor
parte de los fármacos ‘nacen’ en un centro público de investigación. Cuando una
molécula destaca por su interés para convertirse en un nuevo preparado
farmacológico los laboratorios se interesan por ella y suelen comprar sus
derechos de explotación”, citando a continuación un ejemplo en que alguna de
esas moléculas ha sido comprada por 100.000 euros.
De la lectura de su artículo pueden deducir muchos lectores
que dichos centros entregan a precio de saldo a los laboratorios el fruto de su
investigación, una investigación “pagada por todos nosotros” y que los
laboratorios son unos parásitos que simplemente se aprovechan del esfuerzo y
dinero de los demás, atribuyéndose luego el éxito y quedándose con los
beneficios.
Pues bien, todo ese artículo no es sino pura demagogia. Los grandes laboratorios se basan en su
propia investigación (sólo hay que ver sus cuentas de resultados y visitar sus
centros de I+D, algo que en AZprensa sí hemos hecho muchas veces) y cuando
alguno de ellos compra los derechos de una de esas moléculas, lo que compran no
es un blockbuster (un fármaco de éxito) sino una simple promesa de futuro a la
que tendrán que dedicar muchos años y muchos cientos de millones con la
esperanza de que se convierta finalmente en un fármaco de éxito, cosa que sólo sucede
de vez en cuando. Los centros de investigación dependientes de los Gobiernos,
Universidades, etc., ni tienen todos los millones necesarios para desarrollar
esas moléculas ni tienen la capacidad de arriesgarlos en una aventura de alto
riesgo, porque son muy pocas de esas moléculas las que finalmente alcanzan el
éxito.
Recordemos, en
especial al autor del citado artículo, que cada fármaco puesto en el mercado ha
necesitado más de 10 años de investigación y desarrollo y unos 800 a 1.000
millones de euros de inversión; que los laboratorios han tenido que ir
descartando por el camino una media de 10.000 moléculas hasta finalmente
quedarse con la que parecía más prometedora... y que, cuando finalmente la
lanzan al mercado, sólo uno de cada tres fármacos tiene el éxito suficiente
como para amortizar lo que se gastaron en él y generar algunos beneficios que
permitan seguir investigando.
Por desgracia,
lo más lamentable de todo esto no es que se prodiguen ataques más o menos
fundados a los laboratorios, sino que los propios laboratorios permanezcan
mudos ante tales ataques y ninguno de ellos sea capaz de salir a los medios de
comunicación para dar a conocer todo lo que invierten y todo lo que arriesgan
con la esperanza de encontrar nuevos y mejores fármacos que, al fin y al cabo,
es lo que cualquier ciudadano desea, sobre todo cuando la enfermedad llama a su
puerta.
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