(AZprensa) Antiguamente había a la entrada de todas las
iglesias una pila con agua bendita (agua bendecida) y era costumbre que todos
los feligreses al entrar mojasen en ella sus dedos y a continuación hicieran el
signo de la cruz sobre su frente. Pero a finales del siglo XIX la falta de
higiene y salubridad en pueblos y ciudades era alarmante y la irrupción
periódica de enfermedades contagiosas (tifus, cólera, gripe, etc.) era una
constante.
Así las cosas, fue un médico de Daimiel (Ciudad Real),
Gaspar Fisac Orovio, quien inventó un original artilugio para evitar que las
pilas de agua bendita que, a fin de cuentas no era otra cosa que agua estancada
en donde todo el mundo metía la mano (no siempre limpia), se convirtiesen en
caldo de cultivo y de propagación de las enfermedades.
Dicho artilugio consistía en un doble recipiente que se
colocaba sobre las pilas de agua bendita, con una llave cuya apertura daba paso
a que el agua discurriese de forma lenta por un tubo y, por capilaridad, fuesen
saliendo unas gotitas de agua en las cuales podían mojar los dedos los
feligreses, sin que nadie más que ellos volviese a tocar ese agua,
preservándose así la salubridad. Dicho dispositivo había cuidado todos los
detalles, desde los aspectos estéticos de la decoración (una tapa en forma de
concha) hasta los prácticos de funcionamiento (dos o tres litros eran
suficientes para mantener ese goteo constante de agua durante diez o doce
horas, según se ajustase con la llave de paso).
Esta no es sino una de las muchas curiosidades que se citan
en el libro “Una lágrima es un beso” que recoge la biografía del médico,
periodista y poeta, Gaspar Fisac Orovio (1859-1937). Más información en este
enlace: http://www.bubok.es/libros/244091/Una-lagrima-es-un-beso
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