sábado, 2 de abril de 2016

Cuando la leche de burras se convirtió en medicamento

(AZprensa) Aunque hoy día nos resulten anacrónicos los remedios medicinales que se utilizaban a finales del siglo XIX, la verdad es que constituían un ejemplo de lo que era la más avanzada farmacopea de la época. La leche de burra, por ejemplo, se utilizaba ampliamente como laxante y sedante ligero, capaz de combatir la tuberculosis y las irritaciones intestinales, e incluso se empleaba en el tratamiento de trastornos nerviosos leves e incluso en cosmética.

Un artículo de la época, publicado en el periódico “El Eco de Daimiel” nos explica esta curiosa historia:
“Todos saben que la leche de burras es un excelente medicamento para curar ciertas enfermedades de las vías respiratorias y para normalizar, en algunos individuos las funciones del aparato digestivo; pero lo que no todos saben es cuando y cómo empezó a utilizarse.
Hallándose Francisco I de Francia muy débil y molesto por una afección, un médico judío le ordenó el uso de la leche de burras. El remedio produjo efectos rápidos y maravillosos; el rey recuperó su salud en muy poco tiempo, y toda la corte se hizo eco de las virtudes extraordinarias del singular medicamento. Los cortesanos que no conocen límites en imitar todo aquello que hace su señor, dieron en tomar como él leche de burra, y en poco tiempo, no solo era costumbre, sino indicio de buen tono, poseer uno de estos animales en compañía de los caballos de lujo. El rebuzno oído en las casas grandes era señal de elegancia. Y de ésta manera, se popularizó su uso en toda Europa hasta nuestros días”.

Esta es una de las muchas historias curiosas que se recogen en la biografía del Dr. Gaspar Fisac Orovio (1859-1937), médico, periodista y poeta, publicada con el título “Una lágrima es un beso”:

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