(AZprensa) Los
consumidores continúan extendiendo su papel protagonista y alzan su voz en un
área (la salud) en la que hasta hace poco tiempo sólo jugaban un papel
secundario, a pesar de ser ellos los principales protagonistas.
Cada día es mayor
la demanda de información sobre todo aquello que pueda repercutir en una
mejoría de la salud y de la calidad de vida de los pacientes y así, estos
exigen su derecho a estar informados sobre los avances científicos que se
producen en este terreno y en un mejor conocimiento de su enfermedad.
Mientras
hablemos de “información” (no confundirla con la “publicidad”) no debe
alarmarse nadie. Otra cosa diferente es, en efecto, la publicidad dirigida al
consumidor tal como lleva años realizándose en Estados Unidos, y que exige
debates más amplios. Tanto Estados Unidos como Nueva Zelanda, fueron los
pioneros en admitir la publicidad de medicamentos de prescripción en los medios
generales dirigidos al público (radio, televisión, prensa, etc.). En Estados
Unidos, por ejemplo, la comunicación directa al consumidor (DTC o direct to consumer) se inició en 1985 y
en 1989 comenzó a incluir el nombre comercial de los productos en esos mensajes
publicitarios. Un salto cualitativo importante se dio en 1992 cuando se incorporó
la televisión a esos medios admitidos para la difusión de los mensajes, dando
lugar no obstante a una regulación de esas actividades por parte de la Federal
Drug Administration (FDA) en 1997.
Pero no debe
confundirse nunca la publicidad con la información. Respecto a esta última
conviene recordar que un paciente bien informado sobre su medicamento y sobre
su enfermedad acudirá al médico cuando lo necesite, en vez de recurrir a la
automedicación (con sus consiguientes riesgos para la salud); sabrá exponer
mejor sus dolencias (con lo que al médico le resultará más fácil establecer el
diagnóstico apropiado); entenderá mejor las explicaciones del médico (con lo
que optimizará el siempre corto tiempo de duración de la visita); aceptará
mejor las recomendaciones del médico (incrementándose el nivel de confianza
médico-paciente); y finalmente seguirá fielmente el tratamiento (reduciéndose
así esa auténtica lacra sanitaria y económica que supone el incumplimiento
terapéutico).
La información
al paciente reporta indudables beneficios sanitarios, sociales y económicos,
por lo que desde todas las instancias debe favorecerse esta demanda, como ya lo
están haciendo los medios de comunicación, las organizaciones médicas, las
asociaciones de pacientes... Sin embargo apenas si se escucha la voz de los
auténticos protagonistas, de los que más saben de medicamentos: los
laboratorios farmacéuticos responsables de la investigación, el descubrimiento,
el desarrollo y la aplicación clínica de sus propios medicamentos.
Con demasiada
frecuencia se confunden publicidad e información, sobre todo cuando el emisor
de la información es el laboratorio propietario del medicamento. A los
laboratorios les da miedo infringir la ley sin darse cuenta que la mayor parte
de las veces sus mensajes “informativos” están generados desde marketing y por
consiguiente tienen un claro cariz publicitario. Por ello, la labor de los
departamentos de comunicación de los laboratorios, a cuya cabeza deben estar
periodistas y comunicadores especializados, resulta esencial. Cuando la voz de
los laboratorios no llega directamente al consumidor, se está privando al
consumidor de una fuente de información; precisamente de aquella fuente de
información que más sabe del producto. Porque ¿quién va a saber más de un medicamento
que quien lo ha descubierto, desarrollado, fabricado y comercializado?
Una constante de los laboratorios
farmacéuticos debería ser la transparencia informativa y esta no es otra que
comunicarse con la sociedad de forma directa y bidireccional, es decir, en
ambos sentidos: tanto desde el laboratorio a los ciudadanos como de estos al
creador de los medicamentos que están utilizando o pueden utilizar. Además, no
se debe olvidar que cualquier ciudadano tiene derecho a saber qué actividades
realiza, qué productos tiene, cómo los fabrica, qué repercusión pueden tener
dichos productos sobre la persona y sobre el medio ambiente, qué contribución
social realizan, qué beneficios obtienen, cómo desarrollan su trabajo, etc. Los
ciudadanos tienen derecho a conocer todos estos extremos de cualquier empresa
implantada en su país; y, al mismo tiempo, no se debe privar a dichas empresas
del derecho a contar por propia iniciativa todas estas cosas a los ciudadanos,
bien sea a través de intermediarios como los medios de comunicación o
directamente a través de medios digitales o impresos puestos en marcha por
dichas empresas.
La única
condición que debe exigirse (y para ello existen no sólo las medidas de
autocontrol sino también medidas externas de control) es que dicha información
sea sólo eso: información.
No olvidemos que
la publicidad es algo que incita al consumo (esa es su razón de ser) y en el
ámbito de la salud no se debe incitar al consumo sino sólo a la utilización que
sea necesaria y que es el médico quien mejor
puede determinarla. Por el contrario, la información incita a la
responsabilidad a través del conocimiento, y si esto es beneficioso en todos
los ámbitos más aún lo es en el ámbito de la salud.
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