(AZprensa) Con cuánta
frecuencia se engañan a sí mismos los directivos cuando deciden “no comunicar”.
Es igual que cerrar los ojos para evitar que los demás te vean.
La comunicación
sólo necesita dos factores para existir: emisor y receptor. Si ambos existen,
da exactamente igual lo que haga cada uno de ellos; la comunicación existirá
también. A menudo se simplifica el concepto de comunicar, diciendo que es el
hecho de lanzar un mensaje desde el emisor hasta el receptor. Y con este
simplista planteamiento, se cae en el error de pensar que si no se lanza un
mensaje, no habrá comunicación.
Sin embargo, la
comunicación es todo aquello que fluye (tanto voluntaria como
involuntariamente) entre emisor y receptor. Y cuando estos dos agentes existen,
todo comunica. No sólo el acto voluntario, sino también todo lo demás: la
presencia, la actitud, los silencios...
Las palabras
pueden estar diciendo una cosa y sin embargo la forma o el entorno en que se
dicen, puede estar diciendo otra. El silencio puede transmitir inseguridad,
recelo, altanería, malas prácticas... y es un cartel que la empresa se cuelga a
sí misma para ahuyentar a sus clientes.
Porque clientes
somos todos, de infinidad de sectores; y todos buscamos en nuestros
proveedores: honestidad, transparencia, eficacia, servicio... y nos gusta que
quienes nos proveen de productos y servicios sean compañías importantes, no
unas desconocidas que se esconden ante la opinión pública.
Intentar “no
comunicar” es una falsa ilusión, porque aunque no lo hagamos de forma
voluntaria, siempre lo estamos haciendo de forma involuntaria. Y el silencio,
el esconderse, el poner excusas y barreras, rehuyendo la participación en el
flujo constante de información es estar gritando que “no somos de fiar”.
Como
consumidores, nos gusta sentirnos orgullosos de las empresas que hemos elegido
para satisfacer nuestras necesidades (ropa, alimentación, etc.) y el hecho de
que esas empresas, esas marcas, sean conocidas (y las conocemos a través de lo
que ellas comunican) nos transmite esa confianza necesaria.
Hay que entender
–en definitiva- que el simple hecho de existir ya está comunicando, y que más
allá de ello, lo que verdaderamente importa es la interpretación que cada
receptor individual hace de esa información (o ausencia de información) que
percibe.
¿No será
importante, pues, intentar intervenir activamente en este proceso y tratar de
que nos vean como queremos?
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