(AZprensa) Cuando
leía en la prensa la noticia de un “Desayuno” con un famoso, patrocinado por
(ya no me acuerdo) me di cuenta de que dicho medio daba esa noticia pero no
mencionaba al patrocinador. Reflexioné, después, sobre cuántas otras noticias
habría en ese mismo periódico y en otros, generadas por actos patrocinados y
que yo era incapaz de reconocer puesto que en ninguna se citaba a los
patrocinadores.
Las
compañías (alentadas por “vendedores de humo”) destinan cada vez más dinero a
patrocinar actos, con los que piensan que atraerán el interés de los medios y
la marca de su empresa o producto saldrá fortalecida con “toda esa publicidad
gratis” que les van a dar cuando dichos medios den cuenta del citado acto.
La
realidad –casi siempre- es que los medios dan buena cuenta del acto informativo
en sí pero omiten la mención del patrocinador (hasta muchas fotografías las
cortan para que no aparezca el logo comercial). Por consiguiente, el objetivo
de “publicidad gratis” no suele cumplirse y el lector no llega a saber qué
empresa hizo posible aquél acto.
Curiosamente,
los responsables de la compañía suelen quedar muy satisfechos: sus directivos
se habrán codeado con gente de postín, se habrán dado un baño de multitudes,
recibirán un amplio dossier con todo lo publicado y la reseña de lo que hubiera
costado en publicidad toda esa presencia mediática (aunque en ese dossier se
mezclarán hábilmente las tres o cuatro reseñas que sí citan la empresa o dejan
ver su logo, con esa otra inmensa mayoría que ignora olímpicamente a los
patrocinadores).
Se
me ocurre pensar que si hubieran destinado el dinero que cuesta una acción de
ese tipo a una buena acción de publicidad, hubieran impactado con mucha mayor
eficacia a su audiencia. Porque ¿de qué les sirve que toda la prensa hable hoy
del encuentro de un personaje famoso con los medios, si sólo dos de ellos han
hecho una mínima referencia de quién era el patrocinador? ¿Va a tener eso
fuerza emocional suficiente para captar o fidelizar un cliente o reforzar la
imagen de marca?
Pero
reconozco que los “vendedores de humo” son muy hábiles y la vanidad de los
directivos produce ceguera comercial.
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