(AZprensa) Dice el doctor Jesús Díez Manglano, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), que en aquellos “pacientes que suelen tener un pronóstico limitado, en el caso de que no se consiga prolongar la supervivencia, el fin debe ser mantener su calidad de vida y garantizarles el confort, algo que debería estar reflejado en todas las historias clínicas”; es decir, que en su opinión, el objetivo principal en el tratamiento de estos pacientes crónicos complejos radica en prolongar la supervivencia y sólo en caso de que esto no se consiga, aplicar medidas para mejorar su calidad de vida.
Y así piensan muchos médicos –afortunadamente no todos- que siguen considerando la muerte de sus pacientes como un fracaso personal y por ello se empecinan en aplicar todo el arsenal terapéutico disponible (que es mucho y cada día más) para prolongar la vida de sus pacientes, aun a costa de enormes sufrimientos para esos pacientes, un gasto sanitario que impide destinar los recursos disponibles a otras necesidades básicas, y un drama para las familias de los afectados. Los médicos deberían entender que la muerte de un paciente no es un fracaso sino la consecuencia natural de haber nacido, algo que a todos nos tiene que llegar; por eso deberían centrarse en mejorar la calidad de vida de los pacientes, que por otra parte es lo que desea la mayoría de ellos.
Por consiguiente la cuestión hay que plantearla al revés: en ese tipo de pacientes de “pronóstico limitado”, el objetivo prioritario debería ser mantener su calidad de vida aunque eso llevase aparejada (por las medidas terapéuticas que hubieran de aplicarse) una reducción del tiempo estimado de supervivencia.
Hay que mirar más a las personas y menos a las estadísticas.
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