(AZprensa)
El telescopio James Webb nos está ofreciendo una visión del espacio muy
diferente a la que estábamos acostumbrados. Este telescopio trabaja en
infrarrojo cercano y una pequeña parte del espectro visible (la más próxima al
rojo), por lo que opera de forma ligeramente distinta a como lo hacía, por
ejemplo, el Telescopio Hubble, y es una de las características, junto con su
mayor tamaño y resolución de imagen, que le permite observar detalles que hasta
ahora pasaban inadvertidos.
Muchas
nubes de polvo y gas, opacas en el espectro visible, se vuelven translúcidas en
otras longitudes de onda. Esta particularidad ha permitido obtener las inéditas
imágenes de las atmósferas de los planetas gaseosos de nuestro Sistema Solar,
pero también de fenómenos que hasta ahora sólo se conocían por medio de otras
técnicas, pero no por una observación directa tan nítida.
Para realizar su trabajo se ha situado mucho más lejos que cualquier satélite habitual, concretamente a 1.500.000 km de la Tierra, es decir, unas 4 veces la distancia que hay entre la Tierra y la Luna. Se ha elegido esa localización porque es una región del espacio en donde la gravedad combinada de la Tierra y del Sol permite una posición estable.
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