Aunque un
medicamento sea bueno, sea mejor que la competencia, y tenga posibilidades de
conseguir una buena cuota de mercado, es creencia general que cuanto más grande
sea el mercado al que acceda mayores serán sus posibilidades de venta. Así
andaban por 1999 los responsables del laboratorio farmacéutico Zéneca,
ilusionados con una nueva estatina (que actualmente se comercializa con la
marca Crestor –rosuvastatina-).
Este producto era conocido como ZD 4522 y era, técnicamente,
un inhibidor de la HMG-6ª reductasa que permite reducir el colesterol más perjudicial (el
LDL-colesterol o “colesterol malo”) con mayor eficacia que la primera
generación de estatinas.
Y precisamente el mercado de las estatinas representaban el
88 por ciento del mercado mundial de hipolipemiantes; de ahí que los directivos
de esa compañía farmacéutica no escatimasen recursos y destinasen una partida
adicional de 1.800 millones de pesetas para poner en condiciones de fabricar y
atender la demanda futura de este fármaco desde su fábrica de Bristol (Reino
Unido).
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