La fibrilación auricular (FA) es el tipo de arritmia más frecuente entre
la población e incide especialmente en los hombres, convirtiéndose en la causa
que más ingresos cardiológicos por arritmias provoca en la práctica clínica. Este trastorno se
origina por un fallo en el impulso eléctrico del corazón, que es el que
desencadena la contracción del músculo cardiaco para que bombee la sangre al
resto del cuerpo. La irregularidad de este impulso es, precisamente, lo que
provoca alteraciones en el ritmo de bombeo cardiaco, que carece de la fuerza de
contracción de un corazón sano.
No existe una causa única de la FA, sino que su origen proviene de
anormalidades estructurales, de carácter anatómico y funcional, que pueden
haber surgido por diversos motivos. Los principales factores de riesgo de la
enfermedad son la edad y el sexo. La prevalencia media de este trastorno cardiaco es del 0´5% (aunque varía
según la población de estudio) y alcanza su máximo en personas mayores de 80
años, situándose en el 8%. Por otro lado, a cualquier edad la incidencia de la
FA es 1´5 veces mayor para los hombres que para las mujeres, mientras que la
incidencia general de la enfermedad se sitúa en el 2% anual. El riesgo de desarrollar
esta alteración cardiaca a partir de los 40 años es del 26% para hombres y del
23% para mujeres.
Existen otros factores de riesgo asociados de manera independiente a la
FA que constituyen uno de los aspectos más negativos de esta patología, ya que su
presencia incrementa el riesgo de complicaciones cardiovasculares y
cerebrovasculares y reduce la supervivencia. De hecho, la FA normalmente va
asociada a cardiopatías y otras enfermedades, tales como insuficiencia
cardiaca, cardiopatía isquémica, hipertensión arterial y enfermedad reumática.
Sin embargo, existe un grupo de pacientes (entre el 15 y el 30% de los casos) en los que la FA surge
de manera solitaria, es decir, no parece tener relación con ninguno de los
factores de riesgo de la enfermedad.
Además, aunque la FA se presente junto con otros problemas cardiacos, la
mayor mortalidad causada por este trastorno es independiente de otras variables. Por tanto, se trata de
una enfermedad grave por sí sola, con elevada morbilidad y mortalidad, que
además incrementa el riesgo de sufrir otros problemas de salud, especialmente
accidentes cardiovasculares.
Uno de los mayores riesgos de la FA es el infarto cerebral. La pérdida
de fuerza del músculo cardiaco provoca una contracción irregular del mismo que
puede desencadenar un estancamiento de sangre en el corazón, lo que origina
coágulos. El desplazamiento de estos coágulos sanguíneos hasta el cerebro se
traduce en un accidente cerebrovascular. A todo ello hay que sumar la
variabilidad en la sintomatología de la FA ya que, aún en el mismo paciente,
esta alteración puede provocar síntomas o no y puede aparecer y desaparecer de
manera intermitente, lo que complica la detección y el diagnóstico de la
enfermedad.
En cuanto al tratamiento, el objetivo terapéutico es el restablecimiento
del ritmo normal del corazón, lo que habitualmente se consigue mediante terapia
farmacológica, que también se utiliza para aplicar un tratamiento
anticoagulante que reduzca el riesgo de problemas cardiovasculares.
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