(AZprensa)
En el mundo de la comunicación, en el que tantos advenedizos hay, debemos ser
muy cautos y no inmutarnos por lo que puedan decir aquellos que no conocen esta
profesión y encima se creen en posesión de la verdad.
Recuerdo
que hace ya muchos años (y esto es completamente cierto) una empresa tenía
vacante el puesto de Jefe de Publicidad y, hasta que se incorporase uno nuevo,
pusieron en esta función a un Product Manager. Aquella transición duró casi un
año y al final, cuando el interino dejó esas funciones se jactó de su inmenso
logro: “He conseguido ahorrar el 80% del presupuesto”, dijo muy ufano. ¿Cómo lo
consiguió? Muy fácilmente: no hizo nada. Es decir, consideró la “inversión
publicitaria” como un “gasto” y, falto de experiencia y conocimiento en este
terreno, y ante el temor a las críticas, prefirió no hacer nada, así nadie
podría criticar que hubiese hecho algo mal.
Esto
viene a cuento de las críticas que muchas veces reciben los responsables de
Comunicación o de Publicidad sobre su trabajo, porque –a diferencia de los
profesionales de otras áreas- de Publicidad y Comunicación cree saber todo el
mundo. Sin embargo, y ante recientes críticas escuchadas sobre el trabajo que
venía desarrollando un profesional, me acordé de aquella frase que dice
“ladran, luego cabalgamos”. Esto me ha hecho reflexionar sobre la necesidad que
todos los profesionales tenemos de centrarnos en nuestro trabajo y “pasar” de
aquellas críticas que puedan venir de “personas no cualificadas profesionalmente
para hacerlas”.
A
lo largo de estos años, he conversado con muchos colegas de profesión sobre los
más diversos asuntos relacionados con nuestro trabajo, hemos compartido
experiencias y opiniones, no siempre coincidentes, y de ese intercambio ha
salido siempre un enriquecimiento de nuestro conocimiento. Esas opiniones y
puntos de vista tienen la “garantía” de estar hechas por personas con
“conocimiento de causa” y “experiencia real de campo” y por consiguiente son
dignas de tenerse en cuenta. Por el contrario, en el mundo de la comunicación,
en el que tantos advenedizos hay, debemos ser muy cautos y no inmutarnos por lo
que puedan decir aquellos que no conocen esta profesión y encima se creen en
posesión de la verdad.
Las claves de un buen directivo
Nada
hay más gratificante que unos directivos que confían cada parcela de trabajo al
profesional mejor cualificado para ello, en vez de ir colocando en los
distintos puestos a los empleados según las “filias y fobias” que sientan hacia
ellos. Un buen directivo debe caracterizarse siempre por seguir este proceso:
(1) Tener perfectamente definido el objetivo de cada puesto dependiente de él;
cuál será su área de responsabilidad y lo que se espera del mismo. (2) Conocer
perfectamente cuáles son las cualidades profesionales de cada uno de los
posibles aspirantes a dicho puesto y elegir al responsable rigiéndose
exclusivamente por este aspecto. (3) Una vez hecha la elección, exponerle
claramente lo que se espera de él y dotarle de los recursos necesarios para
conseguir los objetivos. (4) Confiar y delegar (siempre he pensado que aquél
que no es capaz de delegar en sus subordinados es porque no tiene la certeza de
haber elegido correctamente, esto es, tiene la sospecha de que el incompetente
es él mismo). Y finalmente: (5) Exigir resultados (porque también es muy
frecuente, y aún no dejo de sorprenderme, cuando veo cómo ciertos supuestos
“profesionales” no consiguen los resultados esperados pero ofrecen en
contrapartida unas presentaciones magníficas de nuevos proyectos y promesas
falsas, que “engatusan” al superior y le hacen olvidarse de la realidad de los
hechos, y si todo esto lo hacen con una rica oratoria y la inclusión de jerga
técnica, mucho mejor).
Sin riesgo no hay éxito
Por
supuesto que nadie está libre de cometer errores, pero es mejor hacer algo y
equivocarse que no hacer nada para no equivocarse. Así lo ha entendido siempre,
por ejemplo, Tom McKillop -quien tras una larga trayectoria al frente de una
multinacional farmacéutica pasó al Bank of Scotland- al defender la necesidad
de delegar en sus empleados y animarles a tomar responsabilidades y asumir
ciertos riesgos en la seguridad de que nunca se reprendería a ninguno de ellos
por tomar una decisión equivocada siempre que previamente hubiese sido
correctamente estudiada y justificada. Es evidente que esta forma de actuar es
una potente herramienta de motivación para los empleados y les hace
involucrarse más activamente en los objetivos generales de la compañía; pero
también es eficaz para lograr el éxito en los negocios ya que una porción
calculada y asumible de riesgo suele ser con frecuencia necesaria para obtener
ese plus de ventaja sobre nuestros competidores. Como se dice habitualmente:
“Sin riesgo no hay éxito”.
En
consecuencia, cada uno debe ser autocrítico con su trabajo y exigirse el máximo
posible; afrontar cada proyecto y cada día como un nuevo reto. De igual forma,
el contacto permanente con otros colegas, preferiblemente del propio sector
–aunque también es enriquecedor el intercambio de ideas experiencias con
colegas de otros sectores- es la mejor herramienta de avance profesional. Y si
en este camino escuchamos algún ladrido, no le demos mayor importancia, eso
significará que estamos haciendo bien nuestro trabajo.
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