(AZprensa) La constante obsesión de las Autoridades
sanitarias y de la opinión pública por no asumir ningún riesgo en la medicación
que se toma para tratar las enfermedades, está condenando a la investigación e
innovación farmacéutica. Desde siempre se ha reconocido que no existe ningún
medicamento –absolutamente ninguno- que no tenga efectos secundarios, y se ha
dicho igualmente que el médico debe valorar en cada caso individual el balance
riesgo / beneficio, de tal forma que se administren los medicamentos sólo
cuando los posibles beneficios del mismo sean superiores a los posibles
riesgos.
Desde hace ya un par de décadas, las tornas han ido
cambiando y se exige a los laboratorios farmacéuticos que saquen al mercado
productos sin ningún efecto secundario, lo cual es imposible. Esto trae como consecuencia
más años de desarrollo clínico, más retrasos para la aprobación, y menos incentivos
para que las empresas farmacéuticas sigan investigando.
Lo dijo bien claro, Sir Tom McKillop, uno de los más
preclaros dirigentes de la industria farmacéutica: “Si la gente cree que se
pueden conseguir medicamentos novedosos en áreas de descubrimientos decisivos
sin correr riesgos, entonces no tendrán absolutamente ningún nuevo medicamento
que represente un gran adelanto”. Y añadía que “estos nuevos fármacos consiguen
prolongar la vida de los pacientes y mejoran al mismo tiempo su calidad de
vida; el retrasar su aprobación hasta que se esté absolutamente seguro de que
no existe el más mínimo riesgo, significa que se está poniendo toda la atención
en el riesgo y muy poca atención en los beneficios que esos pacientes reclaman”.
En la sociedad actual estamos padeciendo ya las
consecuencias de este error de concepto: mirar sólo a los posibles riesgos y
olvidarse de los beneficios que puede obtener el paciente: “La población en las
áreas desarrolladas del mundo ha comenzado a esperar innovación y progreso sin
ningún riesgo, y eso es simplemente imposible”. Pero es que, además, cuanto más
se retrase la aprobación de cada nuevo fármaco innovador, más pacientes estarán
muriendo o viendo agravada su enfermedad por no disponer a tiempo de esos
nuevos medicamentos.
“La edad de oro de la industria farmacéutica”, un viaje a los años en que la transparencia informativa llegó a los laboratorios, de la mano de uno de sus grandes directivos.
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2 comentarios:
Por definición, un compuesto biológicamente activo va a tener una amplia gama de efectos, pues su estructura se ajusta a uno (o varios) receptores que pueden encontrarse duplicados en varios órganos (o sistemas de órganos). Estos efectos biológicos se clasifican como adversos o secundarios en función de la percepción del paciente, que como individuo puede experimentarlos o no. Y cada paciente es un mundo diferente en sí mismo, porque cada uno de nosotros nos diferenciamos en un ADN único y circunstancias ambientales totalmente diferentes.
Es entonces imposible para una industria farmacéutica lograr un producto efectivo y tan específico para una dolencia que carezca de efectos secundarios, adversos o no... como imposible es probar un fármaco para todos y cada uno de los efectos secundarios posibles. Para eso existe una ciencia llamada farmacovigilancia, que analiza el efecto de un fármaco una vez aplicado de forma masiva. El que quiera fármacos sin otros efectos que el que ejerce en su propia enfermedad, es mejor que vaya reduciendo su expectativa de vida. Así de simple, sin cortapisas. Muy buen artículo, en verdad. Es mejor que la sociedad se percate de una vez por todas que no vivimos en el mundo idílico que creemos habitar: algunas cosas son aún imposibles para la ciencia, y otras que van contra las leyes elementales de la naturaleza, sencillamente nunca podremos saltárnoslas.
Muy bien explicado, Gracias por tu aportación.
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