(AZprensa) Bollería, pizzas industriales, refrescos, salsas y
patatas fritas con aromas y sabores de lo más exóticos llenan las estanterías
de cualquier supermercado. Tanto es así que ya ocupan más espacio que alimentos
frescos como frutas, verduras, carne o pescado. En el último medio siglo hemos
visto un crecimiento explosivo en la fabricación y el consumo de alimentos
ultraprocesados, pero estos productos que parecen llamarnos a gritos desde los
lineales de las tiendas alimentación pueden tener consecuencias negativas para
nuestra salud si abusamos de su consumo.
¿Cuál es la evidencia científica al respecto? ¿Qué tienen
esas galletas o esas salchichas que no podemos parar de comerlas? Javier
Sánchez Perona, investigador del CSIC en el Instituto de la Grasa, responde a
estas cuestiones en el libro “Los alimentos ultraprocesados” (Editorial CSIC-Catarata).
Azúcar, sal y grasas, una combinación explosiva
Si pensamos en una palmera de chocolate y en una tostada
de aceite y tomate, no habrá duda en señalar a la primera como alimento
ultraprocesado, aunque a veces las diferencias no son tan claras. La presencia
en los ingredientes de aditivos como glutamato u otros compuestos como
espesantes o aglutinantes que no suelen estar en las cocinas de nuestras casas
es una buena señal para advertirnos que estamos ante un alimento
ultraprocesado.
Los alimentos ultraprocesados se basan en elaboraciones
complejas que utilizan muchos ingredientes y se producen en fábricas con
importantes medidas de seguridad alimentaria. Esto podría llevar a pensar que
su coste debería ser elevado, pero lo cierto es que el precio de un paquete de
galletas es de poco más de un euro, mientras una bandeja de fresas frescas
puede costar cinco veces más. Según el autor, esta diferencia se debe, entre
otros factores, a que “los alimentos ultraprocesados están fabricados con
ingredientes de baja calidad –grasas y azúcar– procedentes de países en vías de
desarrollo con sueldos bajos, lo que facilita que el producto sea
extremadamente barato”. También tienen una alta rentabilidad para el productor.
“El pescado no es barato, pero los palitos de pescado pueden contener solo un
50% de pescado; el resto es un recubrimiento muy económico. La empresa vende el
rebozado casi al precio del pescado. Otro ejemplo son los zumos de frutas
industriales, que suelen contener solo una pequeña parte de zumo real y el
resto es agua y azúcar”, agrega.
Además del precio, el propio gesto de comprar y consumir
ultraprocesados es mucho más simple: no requieren transformación, solo abrir y
consumir o, como mucho, calentar. “En la época en la que vivimos, con un alto
grado de estrés, estos alimentos ofrecen una alternativa sencilla, que no
requiere previsión, se puede conservar durante mucho tiempo en casa y no
precisa habilidades culinarias”, observa Sánchez Perona.
Y a todo esto se le añade una cascada de llamativos
colores y mensajes que llenan los envases de estos alimentos. El autor aporta
un dato sorprendente: “se ha estimado que el 50% del presupuesto de muchos de
estos alimentos se destina al envasado, el 40% al marketing y solo el 10% a los
ingredientes”.
Pero ¿por qué nos atraen tanto? Como expone Sánchez
Perona, los ultraprocesados apelan a nuestros instintos más primarios: “Nuestro
organismo dispone de un sistema de recompensas, a través de neurotransmisores y
hormonas. Cuando se produce un estímulo que debe resultarnos agradable, el cerebro
libera sustancias que nos causan placer (endorfinas) o deseo (dopamina). A
veces aparecen respuestas exageradas de recompensa ante ciertos estímulos. Por
ejemplo, ¿por qué comenzamos a salivar cuando vemos la imagen de una pizza en
una caja o la foto de un bollo de chocolate? “La respuesta que muchas personas
generamos ante ultraprocesados es un ejemplo de estimulación supernormal. Estos
alimentos están diseñados para resultar más atractivos que los poco procesados
y provocan una respuesta emocional mucho mayor, que facilita el desarrollo de
conductas adictivas”, explica el autor.
Como vemos, resulta paradójico que en la era actual en
que estamos viviendo, donde la información abunda a todos los niveles, la
mayoría de la gente y en especial los jóvenes carecen de información sobre
cuestiones tan básicas como la alimentación. O ¿no será que los intereses
económicos que hay detrás estén tratando de silenciar esa información y toma de
conciencia de la realidad?
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