Si alguna vez has ido a una farmacia, posiblemente te
hayas fijado en un contenedor que hay a la entrada con este logotipo. Está
situado allí para recoger los restos de los medicamentos que ya no vas a usar
porque acabaste el tratamiento o porque los tenías almacenados en casa y
caducaron. Gracias a SIGRE (Sistema Integrado de Gestión y Recogida de Envases)
se consigue evitar la contaminación ambiental que se podría producir al
mezclarlos con la basura común y además dichos restos se transforman en
energía.
Pero ¿sabes quien paga todo esto? Porque recogerlos tiene un coste, llevarlos a la planta recicladora de SIGRE también cuesta. Como también cuesta pagar a los empleados que trabajan en la misma así como el mantenimiento de dicha planta. ¿Las farmacias? ¿La Comunidad Autónoma? ¿Tus impuestos? Pues no: quienes hacen esta labor altruista y encima son tan “mudos” que no lo pregonan a los cuatro vientos (con lo bien que les vendría un poco de publicidad positiva) son los laboratorios farmacéuticos.
Por cada envase vendido, los laboratorios pagan una pequeña cantidad a SIGRE y gracias a estas aportaciones se puede dar este servicio gratuito a la sociedad. Cierto es que también se cuenta con la colaboración desinteresada de las farmacias (en donde se ponen esos puntos de recogida) y de los mayoristas o distribuidores (que son quienes retiran el contenido de los contenedores y lo envían a la central de reciclaje); pero quienes pagan en dinero contante y sonante por este servicio son los tantas veces atacados por todos: los laboratorios farmacéuticos.
Pero ¿sabes quien paga todo esto? Porque recogerlos tiene un coste, llevarlos a la planta recicladora de SIGRE también cuesta. Como también cuesta pagar a los empleados que trabajan en la misma así como el mantenimiento de dicha planta. ¿Las farmacias? ¿La Comunidad Autónoma? ¿Tus impuestos? Pues no: quienes hacen esta labor altruista y encima son tan “mudos” que no lo pregonan a los cuatro vientos (con lo bien que les vendría un poco de publicidad positiva) son los laboratorios farmacéuticos.
Por cada envase vendido, los laboratorios pagan una pequeña cantidad a SIGRE y gracias a estas aportaciones se puede dar este servicio gratuito a la sociedad. Cierto es que también se cuenta con la colaboración desinteresada de las farmacias (en donde se ponen esos puntos de recogida) y de los mayoristas o distribuidores (que son quienes retiran el contenido de los contenedores y lo envían a la central de reciclaje); pero quienes pagan en dinero contante y sonante por este servicio son los tantas veces atacados por todos: los laboratorios farmacéuticos.
El problema, ya lo hemos dicho otras veces, es que suspenden en comunicación y no son capaces de “vender” las buenas obras que hacen. Así que mucha gente sabe qué es SIGRE y de su buena imagen se benefician preferentemente las farmacias. En cambio, el que paga, sigue escondido con su eterna imagen de “malo de la película”.
Yo he trabajado muchos años en la industria farmacéutica y los conozco muy
bien. No son tan malos como los pintan; todo lo contrario, son más los aspectos
positivos de contribución a la salud que los negativos que –como en cualquier
otro sector- también existen. Eso sí, en comunicación: suspenso. Y no es por
falta de buenos profesionales en el sector sino por los frenos que la mayor
parte de sus direcciones les imponen y les impide realizar bien su trabajo...
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