Era el año 1998 y, como cada día laborable, me encontraba
trabajando en mi despacho del laboratorio Zéneca Farma. De pronto sentí un
mareo y tuve una sensación de pérdida del equilibrio a pesar de estar sentado.
Apenas duró unos segundos y luego todo volvió a la normalidad. Cuando ya estaba
recuperado escuché cómo varios compañeros hablaban en el pasillo:
-
¿Lo has sentido? –decía uno.
-
Sí, sí, yo también –respondía otro.
Por lo visto yo no era el único que había sentido ese mareo,
sino que era algo que había afectado a todos. ¿Qué puede suceder para que
varias personas que están trabajando, cada una en su despacho, sientan un mareo
repentino todas ellas al mismo tiempo?
Poco después, Internet nos sacaba de dudas: se había
producido un terremoto en el sur de la península y como consecuencia del mismo
también se había sentido un temblor en algunas zonas de Madrid, entre ellas, la
zona donde se encontraban nuestras oficinas.
Bueno, hago bien en llamar “temblor” y no “terremoto” a lo
que se sintió en la calle Josefa Valcárcel, aunque este último término
–“terremoto”- sí que estaría bien aplicado si nos trasladásemos unos meses
después en el tiempo, concretamente al 8 de diciembre de 1998. Aquella mañana
comenzó a pestañear de manera fulgurante la bandeja de entrada de todos los
correos electrónicos de cuantos trabajábamos en Zéneca Farma: se acababa de
anunciar la fusión de los laboratorios Zéneca y Astra.
No por muy esperadas –de hecho llevábamos muchos meses e
incluso años leyendo rumores de fusión- hay algunas noticias que no dejan de
sorprender cuando finalmente se producen. Y en este caso, así fue. Cada uno de
nosotros, tan pronto recibió el aviso, bien en forma de comentario
confidencial, bien en forma de enlace con la noticia original publicada, leyó
con interés cuanto se decía y, en efecto, parecía que esta vez iba en serio:
nuestra compañía se iba a fusionar con otra y todos sabíamos que eso
significaba supresión de puestos de trabajo e incluso, en este caso, el riesgo
de que la sede central se estableciese en otra ciudad. Nos enfrentábamos, por
tanto, al riesgo de perder nuestro puesto de trabajo o incluso, en el caso de
conservarlo, a que debiésemos trasladarnos a vivir a otra ciudad, en este caso
a Barcelona...
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