martes, 18 de junio de 2019

Tamoxifeno en el Polo Sur


(AZprensa) Una de las operaciones más arriesgadas que se han llevado a cabo para salvar una vida tuvo lugar hace unos años en el Polo Sur. Esta es la historia:

Jerrie Nielsen, que tenía cuarenta y seis años y trabajaba como médico en Ohio, había decidido tomarse un año sabático para trabajar como investigadora en la estación polar Amundsen-Scott, situada en el polo sur geográfico, uno de los lugares más remotos y peligrosos del mundo. Sus habitantes (todos ellos miembros de estaciones de investigación de diversos países) viven en una oscuridad casi total durante seis meses al año y las temperaturas invernales pueden llegar a alcanzar los cien grados bajo cero. En esas condiciones no existe posibilidad alguna de salir de allí antes de que llegue la primavera.

Durante aquél largo invierno antártico, la doctora Nielsen, única responsable del bienestar físico y mental del equipo de investigadores destinados en aquella base, se detectó un bulto en el pecho y, tras los contactos por radio con diversos doctores, se sospechó que se trataba de cáncer de mama. Siguiendo instrucciones a través de Internet pudo practicarse una biopsia a sí misma y la comprobación por Internet de los resultados confirmó que se trataba de cáncer de mama.

En esa época del año resultaba prácticamente imposible el aterrizaje en esa zona, por lo que no se podía evacuar a la paciente. No quedaba más remedio que enviarle por cualquier medio la medicación y mantenerse en contacto periódico con ella hasta que al llegar la primavera antártica fuera posible ir a recogerla. Un grupo de apoyo con base en Christchurch, Nueva Zelanda, preparó un envío con tamoxifeno así como un equipo de video-conferencia que permitiría a los médicos examinar a la paciente a miles de kilómetros de distancia.

Sin embargo, la misión resultaba muy arriesgada, toda vez que en esa época del año la oscuridad era total durante las 24 horas del día y el avión debía dejar caer el fármaco a menos de 50 metros de la base ya que, con temperaturas por debajo de 60º C bajo cero en aquellos días, el fármaco –a pesar de su embalaje especial- se congelaría si tardaban en ir a recogerlo más de cinco minutos.

El estado de la mujer no amenazaba su vida, pero el medicamento se necesitaba para asegurar que su estado no se deteriorase antes de poder ser rescatada. Sólo si su salud empeorase mucho, se intentaría sacarla de allí, aunque eso significaría llevar a cabo por primera vez en la historia un aterrizaje en pleno invierno en el Polo Sur, algo que nunca se había realizado y por consiguiente no se tenían garantías de que pudiese llevarse a cabo con éxito.

Tras unos últimos contactos por radio, el personal de la estación antártica puso barriles en llamas para guiar al avión comercial de las Fuerzas Aéreas norteamericanas hasta un punto a 50 metros de distancia  de la estación. El avión sobrevoló aquella zona a tan sólo 200 metros de altura  y  a  una velocidad de 300 km/h para dejar caer con éxito la carga. Provistos de sus esquíes, tardaron menos de cinco minutos en recoger y trasladar dicha carga hasta el interior de la estación. Aquella fue “una de las misiones más retadoras en tiempo de paz” según recuerdan los responsables de la misión, una historia que más tarde la propia doctora Nielsen reflejaría en un libro titulado “La prisión de hielo”.

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