(AZprensa)
Según datos de 2018, en España hay un total de 23.000 desfibriladores
instalados fuera del ámbito sanitario, lo que supone la existencia de cinco
desfibriladores por cada 10.000 ciudadanos. Un ratio que se sitúa muy por
debajo de países como Estados Unidos, Francia o Japón.
Al
descender al ámbito de las comunidades autónomas, esta relación ofrece grandes
diferencias, entre ellas, las más notables son las que se producen entre Madrid
y La Rioja. Así, mientras que en Madrid hay un desfibrilador por cada 1.000
personas, en La Rioja hay uno de estos equipos cada 10.000 ciudadanos.
Según
estos datos, Madrid es la Comunidad Autónoma mejor cardioprotegida, con 1
desfibrilador cada 753 ciudadanos, seguida de Extremadura ( 1 cada 1.102), País Vasco (1 cada 1.259), Navarra (1 cada
1.343), Cantabria (1 cada 1.937), Galicia (1 cada 2.066), Baleares (1 cada
2.301), Murcia (1 cada 2.414), Aragón (1 cada 2.669), Valencia (1 cada 2.842),
Castilla y León (1 cada 3.050), Cataluña (1 cada 3.180), Castilla La Mancha (1
cada 3.752), Melilla (1 cada 3.818), Canarias (1 cada 4.200), Andalucía (1 cada
4.400), Asturias (1 cada 4.878), Ceuta (1 cada 5.250) y La Rioja (1 cada
10.400).
“A
pesar de que todavía nos situamos lejos de los países más avanzados -explica
Nuño Azcona, director general de B+Safe- en los últimos años la situación ha
mejorado exponencialmente. Poco a poco las comunidades autónomas han ido
regulando la obligación de instalar desfibriladores en espacios públicos como
centros comerciales, estaciones, aeropuertos, empresas, colegios,
polideportivos, dependencias públicas… que han permitido aumentar el mapa de
espacios cardioprotegidos”.
Esta
obligatoriedad se complementa con multitud de iniciativas privadas que están
promoviendo la instalación de desfibriladores también en aquellos espacios
donde no se obliga por ley “porque han entendido -añade Azcona- que la
disponibilidad de un desfibrilador ofrece un valor añadido a sus cliente y
usuarios, dándoles una seguridad añadida en caso de que se produzca un
accidente cardiaco”.
El
gran número de muertes por paro cardíaco en la población ha animado a
gobiernos, empresas, entidades y asociaciones a concienciar a la población y
tomar medidas que permitan revertir la situación gracias a la creación de zonas
o espacios cardioprotegidos.
Estas
zonas cuentan con, al menos, un desfibrilador, con mantenimiento garantizado y
con personas adecuadamente formadas para poder garantizar una rápida actuación
en caso de paro cardíaco repentino (para conseguir que vuelva a latir el
corazón de la persona afectada), hasta la llegada de los servicios médicos de
emergencia.
Para
que las posibilidades de supervivencia ante un paro cardíaco repentino sean
óptimas, se debe realizar de forma inmediata una resucitación cardiopulmonar
(RCP) que permita mantener el flujo necesario de sangre oxigenada al cerebro
hasta que se restablezca el ritmo cardíaco normal mediante la descarga
eléctrica suministrada por un desfibrilador.
El tiempo máximo para aplicar la desfibrilación a una persona que ha
sufrido un paro cardiaco repentino es de un máximo de 5 minutos.
Hay
identificados cuatro pasos críticos para tratar el paro cardíaco repentino,
denominados
Cadena
de Supervivencia:
1.-
Reconocimiento y llamada al servicio de emergencia.
2.-
Una rápida resucitación cardiopulmonar (RCP).
3.-
Desfibrilación temprana.
4.-
SVA y cuidados post-resucitación
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