lunes, 9 de agosto de 2021

Cargar con el mochuelo

(AZprensa) En lenguaje popular se dice “cargar con el mochuelo” cuando a alguien le cargan la culpa de algo que no ha hecho, o bien le encargan hacer un trabajo o asumir una responsabilidad que no le corresponde y nadie quiere hacer. Seguro que hay muchas personas a las que esto les ha sucedido alguna vez, aunque dudo que haya alguna que haya llegado hasta el extremo a que yo llegué. Esta es la historia…

Debía yo tener unos 15 años cuando un buen día llegó a casa mi hermano con un mochuelo muerto, al que había atropellado con el coche. Todos miraron con sorpresa e incluso asco ese insólito trofeo de caza, y así es como yo lo vi: un trofeo de caza. Así que dije: “Pues yo me lo quiero comer”. Mi madre no estaba por la labor, pero la criada que teníamos se ofreció a desplumarlo y hacerme con él un guiso. La verdad es que una vez quitadas las plumas y el enorme cabezón, quedaba muy poca cosa, por lo que añadió patatas al guiso.

Así fue como aquél día me comí un estupendo guiso de mochuelo con patatas y debo reconocer que me gustó, cosa que nadie más puede contradecir porque nadie se atrevió siquiera a probarlo. Si a algunas personas les han cargado con el mochuelo, yo puedo decir con toda propiedad que yo me lo comí entero.

Pero ya que estamos hablando de mochuelos debo añadir que esta no fue mi única relación con los mochuelos. Poco después fui al pueblo con dos amigos a pasar allí unos días. Al poco de llegar, un capataz de la finca de mi abuelo nos enseñó un pequeño mochuelo, ya plumado, pero que no sabía volar aún, caído de algún nido y que sin cuidados humanos sería incapaz de sobrevivir. Nos preguntó si lo queríamos e inmediatamente dijimos que sí con gran entusiasmo. Como había en la casa una jaula vacía, de esas grandes para la cría de periquitos, lo metimos allí y nos dispusimos a darle de comer. Pensando en qué tipo de alimento le daría su madre, comprendimos que habrían de ser presas recién cazadas: lagartijas, saltamontes, pequeños pájaros, etc. Pero nosotros no teníamos nada de eso a mano, así que echamos mano de un filete de carne cruda, del que fuimos cortando pequeños pedacitos. Para nuestra sorpresa y alegría, el mochuelo se los fue tragando según los acercábamos a su pico. Le pusimos de nombre “Manolín” y durante un par de días seguimos alimentándolo y vimos cómo él recobraba sus fuerzas y su energía.

Pero llegó la hora de regresar a Madrid y el viaje de regreso era en autocar, un autocar de los de entonces, que no tenían aire acondicionado… y era pleno verano. Nos sentamos en nuestras butacas con la jaula de Manolín sobre nuestras piernas. La distancia entre Daimiel y Madrid es de 168 kilómetros que hoy se hacen en hora y media, pero en aquella época el viaje duraba cuatro horas con un par de paradas. La consecuencia fue que el pobre Manolín no aguantó tanto calor y cuando llegó a Madrid ya era cadáver.

Y por si lo preguntas: No, no los lo cominos, sino que al día siguiente le dimos cristiana sepultura en la casa de Campo de Madrid.


"La Olimpiada", una novela de amor, amistad, honor y deporte en la Grecia clásica, inspirada en hechos reales.
Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa.
Más información: https://amzn.to/3cDkAS7

1 comentario:

Perlas Narrativas dijo...

Pobre Manolín, ya se ve que su destino era morir. Saludos cordiales desde Puerto La Cruz Anzoátegui Venezuela.