(AZprensa)
Desde estas páginas siempre hemos denunciado la parcialidad y antipatía (casi
obsesión habría que decir) de los periodistas hacia la industria farmacéutica.
Que esos sentimientos se basen en la poca transparencia de los laboratorios y
en las dificultades que siempre ponen para impedir que los periodistas hagan su
trabajo, no es excusa que justifique anteponer sentimientos frente a
imparcialidad, y los periodistas han de ser siempre imparciales cuando dan “información”,
aunque sí pueden ser parciales cuando dan “opinión”. Sin embargo, en la
práctica real, vemos cómo la opinión y los sentimientos de los periodistas
siempre impregnan y contaminan de parcialidad todas las noticias. Hoy vamos a
comentar el último ejemplo que demuestra esa parcialidad y aversión de los
periodistas hacia la industria farmacéutica:
Ayer
todos los medios de comunicación se hacían eco de una noticia (y hoy sigue
acaparando titulares): la vacuna contra el coronavirus que está desarrollando
el laboratorio AstraZéneca y que se estaba ensayando en miles de pacientes
(fase III de investigación, que se llama) ha provocado una reacción adversa en
un paciente y se ha paralizado el ensayo.
Como
vemos es una noticia negativa y por lo tanto los medios de comunicación no han
dudado en llevar a titulares el nombre del laboratorio farmacéutico. Sin
embargo pocas personas habrán relacionado esta noticia con la vacuna contra el
coronavirus que está desarrollando la Universidad de Oxford. ¿Por qué? Porque
cuando las noticias sobre el avance de la investigación en esta vacuna eran
positivas, prometedores, esperanzadoras… los periodistas hablaban de la Universidad
de Oxford y muy pocas veces aclaraban que si esos investigadores estaban
trabajando en ese proyecto era gracias a que el laboratorio AstraZéneca pagaba
todo el coste a cambio de comercializarla si finalmente alcanzaba el éxito, y
que cargaría con todo ese gasto en su cuenta de números rojos si finalmente era
un fracaso.
En
definitiva: si la noticia es buena se le dan todos los méritos a la Universidad
de Oxford, pero si la noticia es mala se le carga toda la responsabilidad al
laboratorio que lo financia y hace posible la investigación.
Como,
por otra parte, los responsables del laboratorio no se han esforado en transmitir
a la opinión pública que la vacuna de Oxford era la suya, la que pagaba AstraZéneca,
los periodistas han seguido haciendo su juego sucio.
Por
lo demás, añadir que un efecto adverso encontrado en una investigación sobre
miles de pacientes es algo completamente habitual en cualquier investigación
clínica, que todos los medicamentos (y las vacunas también) tienen efectos
adversos y debe ser siempre el análisis del balance riesgo/beneficio el que
determine en cada paciente si es conveniente o no darle ese tratamiento; es
decir, analizar en cada paciente si los beneficios van a pesar más que los
posibles efectos adversos.
Está
claro que en algo tan sensible como esta vacuna hay que tomar todas las
precauciones, y por ello no está de más analizar a fondo el caso; pero de ahí a
este juego sucio de los medios de comunicación citando al laboratorio al que
antes silenciaban, va un abismo.
Que
lo sepa todo el mundo: la vacuna de la Universidad de Oxford y la vacuna de
AstraZéneca, son la misma cosa, para lo bueno y para lo malo.
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