(AZprensa) Hoy día todo es Power Point, pero hubo una época
prehistórica en donde las presentaciones se hacían apoyándose en imágenes
proyectadas en una pantalla mediante un proyector de transparencias. Ya hemos
hablado de esto en la anécdota anterior. Pero ya había tomado el mando el grupo
ICI, nos llamábamos ICI-Zeltia, y éramos una empresa de vanguardia con
presupuesto y medios suficientes. Muy pronto, pues, abandonamos esa forma
rudimentaria de animar y apoyar las presentaciones. Lo que causaba furor
entonces eran las diapositivas, pero diapositivas realizadas expresamente para
cada presentación, las cuales contenían las gráficas, cuadros, esquemas, etc.,
todo lo que fuese necesario para atraer la atención de los espectadores y
contribuir a que el mensaje que se quería transmitir quedase perfectamente
grabado en la memoria de los destinatarios.
Algunas de aquellas diapositivas las realizábamos
directamente en el Departamento de Publicidad, convertido en aquellos momentos
en improvisado plató; pero otras requerían procesos más complicados para los
cuales no teníamos los recursos técnicos necesarios pero sí el presupuesto
correspondiente para encargarlas a empresas de producción audiovisual.
Quedaban tan bonitas las presentaciones, con aquellos
carruseles de diapositivas espectaculares, que todos suspiraban porque les
hiciésemos sus correspondientes juegos para sus reuniones: Jefes de Producto,
Jefe de Ventas, Director Comercial, Director Técnico… y también quiso probar
las mieles de ese éxito de audiencia que proporcionaban las presentaciones
audiovisuales, el jefe de Seguridad y Medio Ambiente.
Era tanta su admiración por las presentaciones que
estábamos preparando a otros jefes, que quiso ponerse a su altura y nos
facilitó una amplia selección de esquemas y gráficas para que montásemos con
ellas la parte audiovisual de su presentación. Como casi todo lo que nos había
propuesto requería que lo realizase la empresa de producción audiovisual que
colaboraba con nosotros, se lo pasamos a esta.
A los pocos días llegó el set de diapositivas y cuando lo
vio quedó encantado. ¡Jamás en su vida había contado con un apoyo visual tan
espectacular para sus reuniones! Nos dio las gracias y se fue todo contento
para comenzar su ronda de presentaciones por las distintas delegaciones.
Al cabo de un par de semanas, le llegó la factura de
aquella presentación. Un sudor frío recorrió todo su cuerpo y una taquicardia
galopante hacía retumbar toda su caja torácica mientras le temblaba el pulso y
era incapaz de pronunciar palabra. Estuvo a punto de sufrir un colapso, aunque
afortunadamente se repuso y poco a poco fue capaz de hablar. Fue a vernos y nos
dijo, con la voz aún temblorosa: “¿Qué es esto? Tiene que estar equivocado”.
Nosotros miramos la factura y vimos lo que allí ponía: 50 diapositivas a tanto
(no me acuerdo de la cifra) cada una, total… (lo que fuese). “Está correcto –le
respondimos- ese es el precio normal que nos cobran siempre por estos
trabajos”.
Ese había sido su gran error: no preguntar antes el
precio. Se creía que todo ese trabajo, de un esmerado acabado profesional, era
cosa de poco, algo que podía hacer cualquiera por muy poco dinero, y resultó
que el importe de las diapositivas de esas reuniones era más alto que el
presupuesto total que él tenía para todo el año.
La realidad es que su presupuesto anual era ínfimo en
comparación con el que manejábamos en el área Comercial. Él se manejaba en
cientos y nosotros en millones, esa era la diferencia real.
Lo vimos tan angustiado y nos dio tanta pena, que al
final le dijimos que nos diese la factura para cargarla a nuestro presupuesto.
Esa fue la primera y última vez que nos pidió que le realizásemos cualquier
trabajo.
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