lunes, 4 de julio de 2022

La mano inocente

(AZprensa) A comienzo de los años ochenta y en el sector de agroquímicos, la presencia masculina era abrumadora, quedando para la mujer sólo los puestos de secretaria y poco más. Sin embargo había algunas excepciones como el puesto de Jefe de Investigación de Mercados, que ocupaba una chica, Mercedes Gutiérrez.
 
En aquellas primeras convenciones en que participé, la sala estaba siempre llena de hombres y sólo se veía, entre ellos, la figura femenina de Mercedes, aparte de la de una o dos secretarias que estaban en primera fila para ayudar con las proyecciones, entrega de materiales a los asistentes, etc.
 
Para mantener la atención de los asistentes durante una de mis ponencias, les anuncié que al final de la misma haría una pregunta sobre lo que hubiese hablado, y entre los que acertasen aquella pregunta se sortearía allí mismo un premio que, en esa ocasión era un robot de cocina, con el que podrían dar una alegría a sus esposas al llegar a casa.
 
Cuando terminé mi exposición hice la pregunta que, ciertamente, era bastante fácil, ya que quería que la acertase todo el mundo, de lo que se trataba era de reforzar el principal mensaje que había transmitido en mi exposición. Las secretarias recogieron las papeletas y las introdujeron en una urna para proceder al sorteo de tan codiciado premio. Entonces se me ocurrió decir: “A ver, una mano inocente que saque la papeleta ganadora”. Se miraron unos a otros y poco a poco todas las miradas fueron confluyendo en la única mujer que estaba sentada entre tantos hombres. Un poco azorada, Mercedes se vio obligada a salir al escenario para extraer la papeleta. Llegó hasta la urna. Metió la mano removiendo bien todas las papeletas, y extrajo una. “¿Quién es el ganador?”, le pregunté. Y ella se quedó muda, paralizada, y respondió algo que sólo pudo oír el cuello de su vestido. “¿Cómo dices?”, le pregunté. Y entonces ella respondió con vergüenza: “...es la mía”.
 
Todo el auditorio masculino prorrumpió en carcajadas, aplausos, y gritos de “¡tongo!” en plan de broma, porque a la vista estaba que el sorteo había sido público y limpio. ¡Sólo una mujer entre más de 100 hombres, un regalo que era especial para mujeres, y la mano inocente de esa única mujer fue la que sacó su propia papeleta!
 

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