(AZprensa) Ya estaba todo listo para el lanzamiento de un nuevo
insecticida que llevaba por nombre “Kárate” y lógicamente aquello me inspiró
ligar la campaña a dicho deporte. Como además este insecticida era muy poco
contaminante, le puse un eslogan muy apropiado: “Lucha limpio” en clara alusión
al “fair play” y a la lucha contra los insectos que atacan los cultivos sin
contaminar el medio ambiente.
Todos los materiales publicitarios de la campaña giraban en torno a esto, la figura de un karateca y los insectos que caían fulminados a golpes de Kárate. Se decidió hacer una convención de presentación en el hotel Los Lebreros, de Sevilla, a la que se invitó a más de 100 distribuidores que abarrotaron el precioso salón de actos.
Como, además de ser un lanzamiento importante, les tenía reservada una sorpresa, contraté una empresa de vídeo local para que grabase toda la convención. Fueron comenzando las presentaciones del producto a cargo del Jefe de Ventas, director de Marketing y Jefe de Producto, y finalmente me llegó el turno. Subí al escenario y les anuncié que nadie conocía mejor el Kárate que nuestros siguientes invitados, y fui dando paso a cuatro campeonas del mundo y de España de Kárate, las cuales realizaron una exhibición de este deporte.
La presentación resultó un éxito y, ya en Madrid, al cabo de unos pocos días, recibí la ansiada cinta de video con todo el acto de presentación del producto en aquél magnífico escenario. Fuimos raudos a visionarla y allí vimos cómo el Jefe de Ventas subía al estrado y comenzaba su presentación. Seguimos atentos, una vez más su presentación, y vimos cómo este daba las explicaciones pertinentes y, para apoyar sus palabras y dejar bien claras las posibilidades de venta del producto, se apartaba del atril para destacar algunas cifras que se estaban proyectando en la pantalla, pero… ¡seguíamos viendo el atril ahora vacío, mientras escuchábamos lo que estaba diciendo el Jefe de Ventas! “¿Qué ha pasado? ¿Qué es esto? ¿Por qué no se mueve la cámara para seguir al ponente?”, nos dijimos todos asombrados. Pero pasaban los minutos y la imagen seguía fija mostrando el atril vacío. Ya desesperados comenzamos a pasar deprisa la cinta y todo seguía igual hasta que por fin veíamos al siguiente ponente que se situaba en el atril y comenzaba a hablar, pero al poco desaparecía de pantalla porque también se dirigía al centro del escenario para continuar su presentación. ¡La cámara seguía inmóvil grabando el atril vacío! Y luego vino el Jefe de Producto y desapareció como los anteriores, y finalmente aparecí yo y también desaparecí y ni una sola karateca aparecía en pantalla porque sólo se veía el atril aunque se escuchasen sus gritos y sus golpes como sonido de fondo. ¡Eso fue lo que grabó y tuvo la caradura de enviarnos! ¡El tío colocó la cámara, enfocó al atril y se largó!
Lógicamente lo llamé indignado, y más cuando junto a la cinta que nos había enviado adjuntaba la factura. Le recriminé su poca profesionalidad y el trastorno que nos había causado y que, por supuesto, no le pagaríamos esa factura porque además ya no había arreglo posible. El tío (llamémosle así) tampoco se inmutó demasiado y creo que sólo dijo algo así como “bueno” y seguramente volvería tomarse unas cañas y echarse una siesta esperando que alguna otra empresa pensase que se trataba de una empresa “normal”.
Anécdotas del apasionante mundo de la Comunicación:
“Memorias de un Dircom” https://amzn.to/32zBYmg
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Como, además de ser un lanzamiento importante, les tenía reservada una sorpresa, contraté una empresa de vídeo local para que grabase toda la convención. Fueron comenzando las presentaciones del producto a cargo del Jefe de Ventas, director de Marketing y Jefe de Producto, y finalmente me llegó el turno. Subí al escenario y les anuncié que nadie conocía mejor el Kárate que nuestros siguientes invitados, y fui dando paso a cuatro campeonas del mundo y de España de Kárate, las cuales realizaron una exhibición de este deporte.
La presentación resultó un éxito y, ya en Madrid, al cabo de unos pocos días, recibí la ansiada cinta de video con todo el acto de presentación del producto en aquél magnífico escenario. Fuimos raudos a visionarla y allí vimos cómo el Jefe de Ventas subía al estrado y comenzaba su presentación. Seguimos atentos, una vez más su presentación, y vimos cómo este daba las explicaciones pertinentes y, para apoyar sus palabras y dejar bien claras las posibilidades de venta del producto, se apartaba del atril para destacar algunas cifras que se estaban proyectando en la pantalla, pero… ¡seguíamos viendo el atril ahora vacío, mientras escuchábamos lo que estaba diciendo el Jefe de Ventas! “¿Qué ha pasado? ¿Qué es esto? ¿Por qué no se mueve la cámara para seguir al ponente?”, nos dijimos todos asombrados. Pero pasaban los minutos y la imagen seguía fija mostrando el atril vacío. Ya desesperados comenzamos a pasar deprisa la cinta y todo seguía igual hasta que por fin veíamos al siguiente ponente que se situaba en el atril y comenzaba a hablar, pero al poco desaparecía de pantalla porque también se dirigía al centro del escenario para continuar su presentación. ¡La cámara seguía inmóvil grabando el atril vacío! Y luego vino el Jefe de Producto y desapareció como los anteriores, y finalmente aparecí yo y también desaparecí y ni una sola karateca aparecía en pantalla porque sólo se veía el atril aunque se escuchasen sus gritos y sus golpes como sonido de fondo. ¡Eso fue lo que grabó y tuvo la caradura de enviarnos! ¡El tío colocó la cámara, enfocó al atril y se largó!
Lógicamente lo llamé indignado, y más cuando junto a la cinta que nos había enviado adjuntaba la factura. Le recriminé su poca profesionalidad y el trastorno que nos había causado y que, por supuesto, no le pagaríamos esa factura porque además ya no había arreglo posible. El tío (llamémosle así) tampoco se inmutó demasiado y creo que sólo dijo algo así como “bueno” y seguramente volvería tomarse unas cañas y echarse una siesta esperando que alguna otra empresa pensase que se trataba de una empresa “normal”.
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