sábado, 28 de junio de 2025

Julio Anguita: La coherencia y la decencia como legado político

(AZprensa) En un mundo donde la política a menudo se ve empañada por el oportunismo, la ambición desmedida y la falta de principios, la figura de Julio Anguita (1941-2020) brilla como un faro de coherencia, integridad y compromiso con los valores éticos. Más allá de las ideas políticas que defendió como líder de Izquierda Unida (IU) y del Partido Comunista de España (PCE), Anguita se destacó por ser un político que vivía conforme a sus palabras, un hombre cuya vida personal y trayectoria pública eran un reflejo de su exigencia de decencia y honestidad. En un tiempo de polarización y desconfianza hacia la clase política, su legado sigue siendo un recordatorio de que la política puede —y debe— ser un ejercicio de responsabilidad y servicio público.
 
Un hombre de principios
 
Julio Anguita, conocido como el "Califa Rojo" por su origen cordobés y su firme compromiso con la izquierda, no solo fue un político de convicciones profundas, sino también un ejemplo vivo de austeridad y humildad. En 2013, cuando muchos políticos se veían envueltos en escándalos de corrupción, Anguita declaraba con una sencillez desarmante: "Tengo una pensión de 1.848 euros, un Seat León y un ordenador. ¿Para qué más?" Esta frase no era una mera anécdota, sino una declaración de principios. En una sociedad donde el poder a menudo se asocia con el enriquecimiento personal, Anguita vivía con modestia, demostrando que la política no debería ser un medio para acumular riqueza, sino una herramienta para transformar la realidad en favor de la justicia social.
 
Su vida personal era un reflejo de esta coherencia. Como maestro de profesión antes que político, Anguita mantuvo siempre un vínculo estrecho con la realidad de las personas trabajadoras. Fue alcalde de Córdoba entre 1979 y 1986, liderando una gestión que aún hoy es recordada por su eficacia y su cercanía a los ciudadanos. Su trayectoria no se construyó sobre promesas vacías, sino sobre hechos concretos y un compromiso inquebrantable con la defensa de los derechos de la mayoría.
 
Contra el doble rasero: la exigencia de la ética
 
Anguita fue un crítico feroz del doble rasero en la política, una práctica que denunció con valentía tanto en la derecha como en la izquierda. En una de sus intervenciones más memorables, señaló: “¿Y sabéis cuál es el drama? Que contra la derecha habrá muchos trabajadores que se levanten porque es la derecha, pero cuando la política la hacía el compañero Felipe y como era el compañero Felipe, aquí no se movía nadie”. Con esta reflexión, Anguita ponía el dedo en la llaga: la lealtad ciega a un partido o líder no puede justificar la tolerancia hacia la incoherencia o la corrupción. Su mensaje era claro: los políticos deben ser juzgados por sus acciones, no por sus etiquetas ideológicas.
 
Este principio lo llevó a un nivel aún más contundente en una asamblea de IU en Coín en 2011, cuando afirmó: “Y aunque sea de la extrema derecha, si es un hombre decente y los otros son unos ladrones, votad al de extrema derecha. Votad al honrado, al ladrón no le votéis, aunque tenga la hoz y el martillo”. Estas palabras, pronunciadas con la contundencia que lo caracterizaba, no eran una defensa de ideologías extremas, sino un llamamiento a la ciudadanía para priorizar la integridad sobre cualquier bandera política. Anguita entendía que la decencia no tiene color político y que la corrupción, venga de donde venga, es el verdadero enemigo de una democracia sana.
 
Un mensaje para la ciudadanía
 
Anguita no solo exigía coherencia a los políticos; también desafiaba a la sociedad a asumir su responsabilidad. En su llamamiento directo al pueblo, decía: “Ya está bien, yo no pido nada más que mi pueblo mida a los políticos por lo que hacen, por el ejemplo”. Este mensaje resuena hoy con la misma fuerza que entonces. En un contexto donde la desafección política crece, Anguita nos recordaba que la ciudadanía tiene el poder —y el deber— de exigir responsabilidad a quienes los representan. Su visión de la política no era la de un juego de poder, sino la de un contrato ético entre gobernantes y gobernados, basado en la transparencia y el compromiso con el bien común.
 
Un legado vigente
 
Julio Anguita no fue un político perfecto, y sus ideas podían generar adhesión o rechazo según quien las escuchara. Sin embargo, lo que nadie puede cuestionar es su compromiso con la coherencia y la decencia. En un país donde los escándalos de corrupción han marcado profundamente la confianza en las instituciones, Anguita demostró que es posible hacer política desde la honestidad. Su vida austera, su rechazo a los privilegios y su valentía para señalar las incoherencias, incluso dentro de su propio espectro ideológico, lo convierten en una figura excepcional.
 
Hoy, en 2025, cuando la política sigue enfrentándose a retos de credibilidad y polarización, el ejemplo de Anguita sigue siendo una guía. Nos enseña que la política no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio para construir una sociedad más justa. Nos recuerda que los principios no son negociables y que la decencia es el cimiento sobre el que debe construirse cualquier proyecto político. Julio Anguita no solo fue un político; fue un maestro que, con su vida y sus palabras, nos dejó una lección imperecedera: la política, cuando es honesta, puede cambiar el mundo… para bien.
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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