lunes, 30 de junio de 2025

¡Ojalá los calvos fuésemos ratones!

(AZprensa) Por fin, una noticia que ilumina el horizonte de los que, como yo, hemos visto nuestro cuero cabelludo convertirse en un desierto brillante bajo el sol inclemente del verano. Según un reciente informativo de televisión, un equipo de científicos españoles ha logrado un hito que hará temblar de emoción a los calvos del mundo: un tratamiento basado en células madre que, con una sola inyección, ha revertido la alopecia androgénica con un 100% de efectividad en hombres y un 99% en mujeres. ¡Adiós a las gorras sudadas, los sombreros incómodos y las quemaduras solares en la “azotea”! Por un momento, me imaginé desfilando con una melena al viento, como un modelo de champú en un anuncio de los noventa. Pero, como siempre, la alegría en casa del calvo dura menos que un peine en una barbería.
 
Y es que, en la letra pequeña de esta noticia —o más bien en la parte que el presentador mencionó con un tono menos entusiasta—, se aclaró que estos resultados tan espectaculares se han obtenido… en ratones. Sí, en ratones. Esos pequeños roedores que, al parecer, no solo son expertos en encontrar migajas en la cocina, sino que ahora también lucen melenas dignas de una estrella de Hollywood tras una inyección milagrosa. Los científicos, con su rigor habitual, indujeron alopecia androgénica en estos ratoncitos y luego les aplicaron el tratamiento con células madre, logrando que volviese a crecer el pelo con inusitado vigor. ¡Enhorabuena, roedores! Pero, ¿y nosotros, los humanos calvos? ¿Qué hacemos mientras tanto? ¿Nos apuntamos a clases de yoga para canalizar la envidia o empezamos a practicar nuestro mejor chillido de ratón con la esperanza de que nos incluyan en el próximo ensayo?
 
No es la primera vez que los calvos —y el resto de la humanidad— caemos en esta trampa de las expectativas infladas. Los titulares sensacionalistas y las noticias mal explicadas tienen la culpa. Cada vez que un estudio en animales logra resultados prometedores, los medios lo anuncian como si ya estuviera en la farmacia de la esquina, listo para comprar junto al ibuprofeno y las pastillas para la tos. Pero la realidad, como siempre, es más lenta y menos glamurosa. Según datos de la comunidad científica, solo un pequeño porcentaje de los tratamientos que funcionan en modelos animales llegan a ser efectivos y seguros en humanos. Un artículo publicado en “Nature Reviews Drug Discovery” (2020) señala que aproximadamente el 90% de los fármacos que superan las pruebas preclínicas fracasan en los ensayos clínicos en humanos, ya sea por falta de eficacia o por problemas de seguridad. Traducción: el camino del laboratorio a la peluquería es largo, tortuoso y está lleno de obstáculos.
 
El proceso para llevar un tratamiento como este a los humanos es una maratón, no un sprint. Primero, los científicos deben replicar los resultados en otros modelos animales (quizá conejos, que también tienen su encanto capilar). Luego vienen los ensayos clínicos en humanos, que se dividen en varias fases: Fase I (seguridad), Fase II (eficacia preliminar), Fase III (eficacia confirmada en poblaciones más grandes) y, finalmente, la aprobación regulatoria, que en Europa pasa por la Agencia Europea de Medicamentos (EMA). Este proceso puede tomar entre 10 y 15 años, según estimaciones de la FDA, y eso si todo sale bien. Si a esto le sumamos que la alopecia androgénica no es precisamente una prioridad médica como el cáncer o las enfermedades raras, no es difícil imaginar que los calvos tendremos que armarnos de paciencia… o de gorras más estilosas.
 
No me malinterpreten: el avance es fascinante. La terapia con células madre abre un mundo de posibilidades, no solo para la alopecia, sino para otras condiciones. Los investigadores, según el informe del noticiero, han utilizado células madre para regenerar folículos pilosos inactivos, algo que hasta ahora parecía ciencia ficción. Si logran trasladar esto a humanos con la misma eficacia, estaremos ante un cambio de paradigma. Pero, mientras tanto, no puedo evitar reírme de la ironía: los ratones, esos seres que suelen esconderse en las sombras, ahora son los reyes del cabello, mientras nosotros seguimos lidiando con espejos traicioneros y comentarios del tipo “¡qué bien te queda la calva!”.
 
Así que, queridos calvos, no tiren sus sombreros todavía. La ciencia avanza, pero lo hace a paso de tortuga, no de ratón con melena. Y a los periodistas, un humilde consejo: no nos vendan esperanzas prematuras. Expliquen que los estudios en animales son solo el primer capítulo de una novela larga y complicada. Mientras tanto, seguiré soñando con el día en que pueda peinarme sin necesidad de convertirme en roedor. Hasta entonces, ¡larga vida a las gorras!
 

Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
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