(AZprensa) Según los últimos datos facilitados por la
patronal de la industria farmacéutica, Farmaindustria, cada nuevo medicamento
que está listo para salir al mercado lleva tras de sí una inversión de 2.500 a
3.000 millones de euros y unos 10 años de trabajos en investigación y
desarrollo. Pero una vez listo para salir al mercado debe conseguir la
autorización de comercialización, primero por la Agencia Europea del
Medicamento, y después por las Autoridades sanitarias españolas, y este segundo
paso, en concreto, supone una media de 450 días; es decir, desde que se
descubre un medicamento potencialmente interesante hasta que finalmente llega
al mercado, pasa una media de 12 años. Por otra parte, como el periodo de
exclusividad de patente tiene una vigencia de 20 años y empieza a contar desde
que se descubre el fármaco, resulta que al laboratorio que ha dedicado de 2.500
a 3.000 millones de euros y 12 años de trabajo al mismo, sólo le quedan 8 años
para amortizar la inversión y ganar dinero, antes de que expire la patente y
cualquier otro laboratorio pueda copiarlo y venderlo más barato ya que no tiene
que asumir ni los costes ni los riesgos de la investigación.
Porque esa es otra: los riesgos de la investigación. Que
nadie se crea que los investigadores descubren un nuevo fármaco y tras doce
años y esos miles de millones consiguen finalmente ponerlo en el mercado. En
realidad, sólo uno de cada 10 fármacos que se descubren consiguen llegar a la
fase final de investigación clínica; e incluso una vez en el mercado, sólo uno
de cada tres consigue tener el éxito comercial suficiente para pagar todo lo
investigado hasta esa fecha, generar beneficios y permitir que ese laboratorio
pueda seguir investigando.
Así las cosas, no debería extrañar a nadie que los nuevos
medicamentos sean caros. Pero no acaba aquí la cosa. Si el nuevo medicamento
que llega al mercado se encuentra que ya existen otros competidores, otras sustancias
que actúan sobre la misma enfermedad, nunca conseguirá un precio alto sino que
se ajustará en función del que tengan los otros competidores aunque este último
sea mejor. Únicamente, cuando llega al mercado un medicamento del que no hay
nada parecido en el mercado y que además cura una enfermedad grave (como
sucedió con los medicamentos contra la hepatitis B y con algunos medicamentos
contra determinados tipos de cáncer, por ejemplo) conseguirá ese laboratorio
que le aprueben un precio alto, y como esto sólo sucede en casos excepcionales,
resulta que esos laboratorios se toman la revancha y exigen no un precio alto
sino una exagerado para compensar todo lo que no le dejaron subir de precio a
otros medicamentos menos trascendentes.
Y para quien crea que aquí se acabó la historia, se
equivoca. Después de todo esto pasarán los años, subirá el coste de
fabricación, subirá el coste de la vida, subirá… todo menos el precio de los
medicamentos que no sólo no subirá sino irá bajando y bajando año tras año…
hasta que llegue un momento en que al laboratorio le cueste más fabricarlo que
venderlo, y en ese caso dejará de fabricarlo.
Llegados a ese punto, muchos se llevarán las manos a la
cabeza y reclamarán que no se retire el fármaco… pero sólo en casos
excepcionales (cuando en el marcado no haya nada parecido) se permitirá una
ligera subida de precio para que lo sigan fabricando.
Pues todo esto, que es de sobra sabido en la industria
farmacéutica… no es sabido por la opinión pública, que critica de forma
constante el precio abusivo de los medicamentos nuevos, sin reparar en que los
que llevan varios años en el mercado cuestan menos que un paquete de chicles o
un helado. Y a esta opinión generalizada tampoco contribuye el hecho de que
esos laboratorios que descubren algo importante y único se aprovechen y les
pongan un precio abusivo. Y tampoco contribuye a cambiar esa imagen pública el
permanente silencio y oscurantismo de la industria farmacéutica que siempre se
esconde de los periodistas y ni siquiera comunica a la sociedad aquellas cosas
buenas que hace.
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