(AZprensa) Según datos de la patronal de la industria farmacéutica española, Farmaindustria, este sector destinó en el año 2017 un total de 1.147 millones de
euros a la investigación, y de estos, casi el 60 por ciento (662 millones) se
destinaron a investigación clínica, es decir, investigación en seres humanos en
condiciones similares a la práctica real. Esto significa –según han afirmado-
que “España es el segundo país del mundo, tras Estados Unidos, por
participación en ensayos clínicos”.
En estos términos cabe considerar estas cifras como una
excelente noticia; desde el punto de vista médico porque muchos pacientes se
benefician de esos medicamentos antes que salgan al mercado, y desde el punto
de vista económico porque esto supone un ahorro al sistema público de salud ya
que en estos estudios clínicos la medicación que reciben los pacientes la
regala el laboratorio.
Ahora bien, ¿se puede presumir de tener muchos pacientes incluidos
en estudios con fármacos que todavía no han salido al mercado o no han sido
aprobados aún para la indicación en la cual se están experimentando? ¿Somos
líderes en investigación o en cobayas humanas?
Desde aquí no vamos a negar la necesidad de hacer
investigación en humanos antes de lanzar un medicamento; todo lo contrario, lo
que no sería ético es lanzar un medicamento sin haberse asegurado antes que no
tiene efectos perjudiciales; lo que sí planteamos es la duda sobre si se puede
presumir de esto o si sería más razonable estar en un término medio. Y por eso
nos planteamos preguntas como estas: ¿Por qué otros países con mayor riqueza y población,
hacen menos estudios clínicos que España? ¿Están viendo esos países a España
como un lugar idóneo para hacer la experimentación en vez de hacerla en sus
propios pacientes?
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