jueves, 30 de diciembre de 2021

Compromiso con la investigación

(AZprensa) 
Ante la pobre imagen que la industria farmacéutica ofrece a la sociedad, se hace necesario potenciar su compromiso de responsabilidad social corporativa. Pero no basta con investigar, actuar éticamente e incluso hacer acciones filantrópicas; hay que difundirlo y hacerlo llegar a la sociedad de manera acertada para que todo el mundo lo sepa.

Uno de los pilares fundamentales de la relación entre la industria farmacéutica y la sociedad es el compromiso. Un compromiso de crecimiento y desarrollo solidarios, puesto que el fin de toda compañía farmacéutica, además de generar beneficios a sus accionistas, es –en definitiva- contribuir a la mejora de la salud y de la calidad de vida del conjunto de la sociedad. El éxito comercial de los productos depende de su éxito terapéutico, y sin ambos no existirán ni beneficios ni inversión futura.
 
Este compromiso se canaliza a través de las políticas de Investigación y Desarrollo (I+D), que requieren notables inversiones. De hecho, se cifra en más de 800 millones de dólares el importe que supone la inversión necesaria para desarrollar cada nuevo fármaco, siendo esta además, una inversión de riesgo, toda vez que sólo una pequeña parte de los productos incluidos en los procesos de desarrollo (menos del 10 por ciento) llega finalmente al mercado, y cuando llegan, sólo uno de cada tres consigue alcanzar el éxito comercial capaz de amortizar todo el proceso de investigación y generar a su vez nuevos recursos para que la compañía pueda seguir investigando.
 
Sin embargo, y a pesar de este esfuerzo investigador y compromiso social, las compañías farmacéuticas continúan enfrentándose a problemas de imagen ante la opinión pública. La sociedad percibe a la industria farmacéutica con cierta desconfianza por motivos que van desde la errónea percepción de unos desproporcionados márgenes de beneficios (imprescindibles para su sostenibilidad) a la desconfianza ante ciertas prácticas promocionales. Las empresas farmacéuticas deberían dedicar más esfuerzo a la comunicación, dejándolo en la mano de los expertos, para conseguir transmitir la idea de que los resultados económicos obtenidos son necesarios para asegurar las inversiones en investigación y hacer ver que éstas se materializan en esos fármacos innovadores que la sociedad reclama.
 
Si además una parte de esos beneficios se revierten en acciones de marcado acento social (antes se hacía de una forma desorganizada y ahora se agrupa todo en eso que ha dado en llamarse “responsabilidad social corporativa”) podrá mejorarse la percepción que los ciudadanos tienen de esta industria; eso sí, no basta con hacer esas acciones filantrópicas, además hay que difundirlas suficientemente y de manera acertada.
 
 
 
El compromiso de responsabilidad corporativa se pone de manifiesto con aportaciones como la realizada para los damnificados por las grandes catástrofes sean estas naturales (maremotos, terremotos, etc.) o provocadas (guerras, con sus correspondientes efectos colaterales) que ocupan durante muchos días el centro de la actualidad nacional e internacional. Pero sin casos tan llamativos como esos, la responsabilidad corporativa está presente en muchas y continuas acciones (reforestación de espacios naturales, campañas a favor de los afectados por alguna enfermedad o por los colectivos más débiles de una sociedad, fomento de la investigación, premio a las buenas prácticas, etc.).
 
Por todo ello está claro que el futuro de la industria farmacéutica pasa por fomentar la investigación y ahondar en las prácticas socialmente responsables. Hace ya más de una década que algunos directivos de grandes compañías farmacéuticas internacionales hicieron un llamamiento a las autoridades europeas para establecer una estrategia de investigación biomédica integrada en Europa que incentivase la innovación, contrarrestando así el declive que se observaba en Europa respecto a otros países como Estados Unidos, o frente al despertar de nuevas potencias –como China- que han optado por el apoyo a las compañías investigadoras. No ha sucedido así, y la situación económica de los últimos años no ha venido a ayudar tampoco. En consecuencia, la inversión de las grandes compañías ha buscado nuevos horizontes en donde encuentran más facilidades para montar sus procesos productivos.
 
La industria farmacéutica necesita un marco estable y predecible que permita garantizar la capacidad de inversión en I+D y el crecimiento orgánico de las compañías del sector. Cuando no se opera en este escenario y por el contrario las medidas de la Administración son cortoplacistas (sólo implantan medidas de recorte), se están cercenando las posibilidades de inversión y crecimiento de uno de los sectores industriales que más empleo genera.
 
Con un acuerdo marco en el que estuviesen incluidos todos los agentes políticos, sociales y profesionales del sector, y en el que se recogiesen soluciones a medio-largo plazo, se podría asegurar el futuro de la industria farmacéutica y, por tanto, unos mejores recursos terapéuticos para todos los ciudadanos en el campo de la salud y un aumento del número de puestos de trabajo con la consiguiente estabilidad en los mismos, en el campo económico. Pero lograr ese marco estable requiere un consenso de todas las formaciones políticas, algo que hasta ahora no se ha producido ni siquiera en temas de tanta trascendencia como un Pacto (aunque sea de mínimos) por la Sanidad, que garantice la sostenibilidad del sistema y la equidad en el acceso a las prestaciones, con una misma cartera de productos para todos los ciudadanos independientemente de la Comunidad Autónoma en la que residan.


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