(AZprensa) Cuando
un responsable de Comunicación de cualquier empresa u organización prepara una
comida para los periodistas, suele fijar una hora más o menos normal para que
puedan asistir a esa comida la mayor parte de los invitados. Lo que pocas veces
se ha visto es que se organice una comida con periodistas y se les diga que
cada uno puede llegar a la hora que mejor le venga. Pues así es como yo
organicé muchas comidas de Navidad con periodistas, diciéndoles que podía venir
cada uno a la hora que quisiera… y esas comidas fueron un éxito, contaron con
una gran asistencia y todos se sintieron agradecidos por ese detalle. Esta es
la historia…
Todos
los laboratorios farmacéuticos importantes que cuentan con Departamento de
Comunicación suelen invitar por Navidad a una comida de confraternidad con los
periodistas que habitualmente cubren sus informaciones. Los responsables de
Comunicación de estos laboratorios eligen un buen restaurante y un excelente
menú; algunos exageran y los atiborran de marisco; otros les hacen desplazarse
hasta un lugar fuera de la ciudad… y sólo unos pocos piensan en qué sería lo
que les vendría mejor a esos periodistas y en función de eso supeditan todo lo
demás.
Esas
comidas de Navidad se hacen en día laborable y durante un par de semanas esos
periodistas recibirán más de una docena de invitaciones de otros tantos
laboratorios para ir a comer… pero esos periodistas no tienen dos semanas de
vacaciones sino que tienen que trabajar todos esos días. Por eso, lo primero y
prioritario es elegir un restaurante que esté situado céntrico y bien comunicado
para que los periodistas, entre rueda de prensa y rueda de prensa puedan
acercarse a esa comida. Y por eso lo segundo es ofrecer una buena comida pero
no cebarlos ni encasquetarles una sobremesa eterna, porque tras la comida
tendrán que seguir con su jornada laboral, cubrir algunas otras informaciones y
finalmente regresar a su redacción con la mente despejada para redactar sus
noticias o reportajes.
Ahora
bien, hay algo más en lo que nadie había caído: la hora, es decir, una hora que
a todos les venga bien; y eso es tremendamente difícil por no decir imposible.
Si dices que a las 14 horas seguro que hay varios que a las 13,30 tienen que
cubrir una información en otro lugar; si dices que a las 15 horas, también
habrá algunos que tengan que desplazarse a otro lugar para cubrir otra
información casi de inmediato. ¿Cómo compaginar tan diversos intereses? Yo
encontré la solución; una solución ideal.
La
empresa para la que trabajaba entonces como Country Communication Manager era
la multinacional anglo-sueca AstraZéneca. Descubrí entonces que había en el
centro de Madrid, muy cerca de la plaza de Cibeles, un hotel que sólo durante
aquellos días ofrecía una comida típica sueca. Era el Hotel Suecia y esa
original comida, llamada Smorgasbord, era una comida buffet libre con manjares
típicos de Suecia que ningún otro restaurante de Madrid ofrecía. Al ser buffet
libre esto permitía que cada uno siguiese el ritmo y horario de comida que
prefiriese; si alguien llegaba temprano, allí estábamos los miembros del Departamento
de Comunicación para atenderlos y comenzar a comer con ellos; si otros se
retrasaban, no importaba nada, simplemente se incorporaban a comer a partir de
ese momento y aunque se sirviesen el primer plato mientras otros ya iban por el
postre.
De
esta forma se reunían todos los requisitos: Lugar céntrico y bien comunicado,
comida original y diferente que sólo podía comerse en Madrid durante dos
semanas y en ese lugar, un horario tan amplio y adaptable a las necesidades de
cada uno que a todos venía bien, una cantidad y variedad de comida a elección
de cada uno, una sobremesa que cada uno podía ajustar según sus necesidades… y
un último detalle: la empresa que les invitaba era anglo-sueca y por lo tanto
ofrecerles un menú sueco reforzaba la imagen corporativa de esta empresa.
¡Ah!
Y un último detalle: el regalo de Navidad. Todos los laboratorios importantes
hacen un regalo de Navidad a sus clientes, y en el caso de sus Departamentos de
Comunicación a los periodistas que cubren sus informaciones. Unos les entregan
un detalle elegante y discreto, otros caen en la exageración y les hacen un
regalo desorbitado que a más de un periodista hace enrojecer de vergüenza
aunque la mayoría lo acepte sin que eso suponga su sumisión a la empresa, antes
al contrario, ya se encargarán de dejar clara su independencia a la hora de
redactar sus informaciones. ¿Y en cuál de estos extremos estaba yo? En ninguno:
creé mi propio extremo: Mi regalo era una ilusión. ¿Una ilusión? Pues claro
¿qué mayor ilusión hay en Navidad que la Lotería de Navidad? Pues ese era mi
regalo para todos aquellos que acudían a mi comida de Navidad: un décimo de
Lotería.
Era
un regalo modesto, sólo costaba 20 euros, pero era un regalo enorme en ilusión,
tanta que casi todos a los que invitaba aceptaban venir encantados a la comida,
e incluso hubo alguno que –aprovechando la amplitud de horario- iba a otra
comida coincidente en ese día pero apenas sin tomar el postre se marchaba de
allí y venía a la nuestra para tomar aunque sólo fuese el café con nosotros y
por supuesto llevarse el décimo de lotería. ¿Te imaginas que tocase un premio
gordo en ese décimo y tú te lo perdieses por no haber acudido o por haber
elegido la comida de otra empresa?
En
fin, la realidad es que nunca tocó un premio gordo pero sí que tocó alguna vez
la pedrea y en cualquier caso siempre quedaron todos encantados y la ilusión de
esa comida les duró varios días, como mínimo hasta el día del sorteo.
PD.-
Por si alguien desea copiar esta idea, le diré que está libre de derechos de
autor y por lo tanto puede ser copiada libremente. Lo que sí les advertiré es
que acertar qué número de periodistas acudirá a la comida para tener preparados
ese mismo número de décimos de lotería es muy difícil, por eso lo que yo hacía
era comprar de más, y los que sobraban los regalaba al día siguiente a una ONG.
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