(AZprensa) Es muy raro oír hablar a un alto dirigente en
estos términos: “El principal activo de una compañía son sus empleados”. O en
estos otros: “Casi el 90 por ciento del valor de las compañías está en sus
empleados. Es el capital intelectual que tienen los empleados lo que las hace
tan valiosas”.
Sí, has leído bien. Esas son frases de Sir Tom McKillop,
uno de los grandes directivos de la industria farmacéutica (antes en
AstraZéneca y ahora en el laboratorio farmacéutico español Almirall). Para él,
los empleados eran importantes y por eso decía (y luego lo demostraba con
hechos) cosas como esta: “Tenemos que hacer que nuestra compañía sea el tipo de
compañía en la que todo el mundo quiere trabajar”.
Y trasladó a todas las filiales de la multinacional que
dirigía unas directrices muy claras y muy pocas veces (yo diría que ninguna)
vistas: delegar; motivar a los empleados para aporten su creatividad e
iniciativas; animarles a que tomen decisiones sin temor a equivocarse por temor
a represalias; reducir el papeleo, los trámites burocráticos y el tener que
pedir siempre autorización al jefe.
¿Cuándo has visto algo así? Bueno, pues una vez sí lo
hubo, sí existió este tipo de dirección
Y lo decía bien claro: “Necesitamos ser más productivos, menos
burocráticos, más rápidos, y asegurarnos de que capacitamos a nuestros
empleados para que tomen decisiones sin que tengan que consultarnos demasiado”.
“La edad de oro de la industria farmacéutica”, un viaje a los años en que la transparencia informativa llegó a los laboratorios, de la mano de uno de sus grandes directivos.
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