(AZprensa) El mundo de la política se ha enrarecido y
hemos entrado en eso que se ha dado en llamar “judicialización de la política”,
es decir, buscar irregularidades cometidas por el partido contrario para
demandarlo; y como el que demanda también es a su vez demandado, entramos en
una espiral de “y tú más”. De esta forma, todo se queda en que si yo he hecho
algo mal, tú has hecho también mal esto otro, y como a los votantes los toman
por tontos, se creen que con eso es suficiente para que les sigan votando. (Un
momento… parece que van a tener razón… los votantes debemos ser tontos, porque
a pesar de esto les seguimos votando… ¿o es que no hay otra alternativa?).
Pero no nos desviemos, la judicialización ha llegado
también al mundo de las empresas, por ejemplo, al mundo de los laboratorios
farmacéuticos. Hace unas décadas, los laboratorios contrataban de vez en cuando
un abogado para resolver algún caso puntual… hoy en día, los abogados ya forman
parte de la plantilla y cada vez adquiere más poder su departamento.
Decía uno de los grandes directivos de la industria
farmacéutica, Sir Tom McKillop, que “el interés actual se centra mucho en
encontrar a alguien a quien echar la culpa y, siempre que sea posible,
demandarle si algo va mal”. Y resulta que esto lo decía hace 20 años, así que
ya te puedes hacer una idea de la visión preclara que tenía acerca del futuro
que aguardaba a la industria farmacéutica. Porque esa es otra, la industria
farmacéutica es el tonto al que todos echan las culpas.
Si el presupuesto de Sanidad es muy alto, la culpa es por
el precio desorbitado de las medicinas (sin reconocer que un paquete de chicle
cuesta más que un fármaco para la hipertensión) y sin reconocer lo que ya
gritaba hace años a los cuatro vientos este directivo: “La mayor parte del
dinero que se gasta actualmente es en visitas y hospitalizaciones, no en
medicación. El uno por ciento del producto nacional bruto se destina a
medicinas. No creo que sea mucho. La gente gasta más en alcohol”.
Esto es una verdad como un templo: el gasto en medicinas
es una ínfima parte de lo que se gasta en sanidad, pero se le echa la culpa
como si fuera el único y principal responsable de la incompetencia en la
gestión de los responsables políticos. ¿Y por qué se hace esto? Pues por eso,
porque la industria farmacéutica es “el tonto del pueblo”, es la única empresa
que se calla cuando la pisotean y que acepta sin rechistar todas las trabas que
les ponen para el ejercicio de su labor.
¿Quieres detalles concretos? Pues aquí van unos cuantos:
1.- Cuando quieren que le aprueben la comercialización de un nuevo medicamento, todo son trabas e impedimentos que dan como resultado que dicho medicamento se lanzará antes en otros muchos países (los pacientes españoles serán de los últimos en beneficiarse de esos nuevos medicamentos).
2.- Cuando quieren que le aprueben el precio de ese medicamento que por fin le autorizan a comercializar, le regatean y regatean hasta que al final le conceden el precio más bajo de Europa.
3.- Cuando ya tiene el medicamento en el mercado, con el precio más bajo de Europa, se encuentran no sólo con que no pueden subir el precio conforme la inflación sino que le obligan a bajar el precio todos los años si es que quieren que se recete en la Sanidad pública que es la que controla el 90 por ciento del mercado. Y cada año se encontrará con una nueva rebaja.
4.- Cuando expira la patente (*) y salen los genéricos, la Sanidad pública da siempre prioridad a los genéricos, aunque el laboratorio original baje otra vez más el precio hasta dejarlo igual que el de los genéricos.
5.- La forma que tienen los laboratorios de promocionar sus medicamentos es a través de sus Visitadores Médicos, y estos se encuentran cada día con más impedimentos para hacer su trabajo: les limitan el número de visitadores que pueden atender los médicos, las horas de vista, las veces en que pueden hacerlo a lo largo del año, e incluso les obligan a hacerlo no de forma individualizada sino a modo de presentaciones a todo el servicio perdiéndose así la intimidad del trato personal y cercano.
6.- Está fiscalizada y autorregulada la promoción a los médicos, controlándose qué tipo de regalos se pueden hacer (siempre de muy bajo coste y relacionados con el ejercicio de la medicina), así como las ayudas que los laboratorios dan a los médicos para su formación, asistencia a congresos, etc.
7.- Como son los “tontos del pueblo”, los médicos, las sociedades científicas, los colegios de médicos, las asociaciones de pacientes… todos, les piden constantemente que les editen libros, que patrocinen sus actividades, etc. ¿Y qué obtiene el laboratorio a cambio del dinero que eso le cuesta? Pues sólo que aparezca su logotipo en un lugar no demasiado visible, porque los laureles de tal acción no recaerán nunca en el laboratorio que sólo está ahí para “pagar”.
8.- Los laboratorios tienen prohibido dirigir información de sus medicamentos directamente al público; pero cualquier periodista puede hablar y escribir lo que le parezca sobre esos medicamentos.
9.- Cuando surge algún problema con un medicamento, nunca se da voz a los responsables del laboratorio, sino que serán los tertulianos de televisión quienes se conviertan en expertos médicos para aleccionar al público. Y si se invita a algún médico, será uno ajeno al laboratorio, de tal forma que nunca conoceremos la versión de la parte interesada.
10.- Siempre oiréis hablar de “todo lo que ganan los laboratorios”, pero nunca oiréis hablar de: Todo el dinero que año tras año dedican a investigación; de lo que cuesta sacar un nuevo medicamento al mercado; de que sacar un nuevo medicamento al mercado no garantiza su éxito comercial y por tanto que sea suficiente para recuperar la inversión realizada; de los miles de vidas que salvan y de cómo mejoran la calidad de vida de las personas; de cómo su precio es el más bajo de Europa; etc.
¿Quieres que siga? Yo creo que ya hay bastante. Y ante
todos estos ataques, prohibiciones, etc. ¿qué hace la industria farmacéutica?
Pues se calla y ya sabemos ese refrán castellano que dice “el que calla otorga”
con lo cual, aunque no sea cierto en este caso, al callarse la industria
transmite a la sociedad el mensaje que ellos son los culpables.
Ya lo dijo hace muchos años Sir Tom McKillop: “Políticamente,
la industria farmacéutica es un blanco fácil”.
1.- Cuando quieren que le aprueben la comercialización de un nuevo medicamento, todo son trabas e impedimentos que dan como resultado que dicho medicamento se lanzará antes en otros muchos países (los pacientes españoles serán de los últimos en beneficiarse de esos nuevos medicamentos).
2.- Cuando quieren que le aprueben el precio de ese medicamento que por fin le autorizan a comercializar, le regatean y regatean hasta que al final le conceden el precio más bajo de Europa.
3.- Cuando ya tiene el medicamento en el mercado, con el precio más bajo de Europa, se encuentran no sólo con que no pueden subir el precio conforme la inflación sino que le obligan a bajar el precio todos los años si es que quieren que se recete en la Sanidad pública que es la que controla el 90 por ciento del mercado. Y cada año se encontrará con una nueva rebaja.
4.- Cuando expira la patente (*) y salen los genéricos, la Sanidad pública da siempre prioridad a los genéricos, aunque el laboratorio original baje otra vez más el precio hasta dejarlo igual que el de los genéricos.
5.- La forma que tienen los laboratorios de promocionar sus medicamentos es a través de sus Visitadores Médicos, y estos se encuentran cada día con más impedimentos para hacer su trabajo: les limitan el número de visitadores que pueden atender los médicos, las horas de vista, las veces en que pueden hacerlo a lo largo del año, e incluso les obligan a hacerlo no de forma individualizada sino a modo de presentaciones a todo el servicio perdiéndose así la intimidad del trato personal y cercano.
6.- Está fiscalizada y autorregulada la promoción a los médicos, controlándose qué tipo de regalos se pueden hacer (siempre de muy bajo coste y relacionados con el ejercicio de la medicina), así como las ayudas que los laboratorios dan a los médicos para su formación, asistencia a congresos, etc.
7.- Como son los “tontos del pueblo”, los médicos, las sociedades científicas, los colegios de médicos, las asociaciones de pacientes… todos, les piden constantemente que les editen libros, que patrocinen sus actividades, etc. ¿Y qué obtiene el laboratorio a cambio del dinero que eso le cuesta? Pues sólo que aparezca su logotipo en un lugar no demasiado visible, porque los laureles de tal acción no recaerán nunca en el laboratorio que sólo está ahí para “pagar”.
8.- Los laboratorios tienen prohibido dirigir información de sus medicamentos directamente al público; pero cualquier periodista puede hablar y escribir lo que le parezca sobre esos medicamentos.
9.- Cuando surge algún problema con un medicamento, nunca se da voz a los responsables del laboratorio, sino que serán los tertulianos de televisión quienes se conviertan en expertos médicos para aleccionar al público. Y si se invita a algún médico, será uno ajeno al laboratorio, de tal forma que nunca conoceremos la versión de la parte interesada.
10.- Siempre oiréis hablar de “todo lo que ganan los laboratorios”, pero nunca oiréis hablar de: Todo el dinero que año tras año dedican a investigación; de lo que cuesta sacar un nuevo medicamento al mercado; de que sacar un nuevo medicamento al mercado no garantiza su éxito comercial y por tanto que sea suficiente para recuperar la inversión realizada; de los miles de vidas que salvan y de cómo mejoran la calidad de vida de las personas; de cómo su precio es el más bajo de Europa; etc.
(*) Las patentes para los medicamentos se introdujeron
para defender a las compañías que invertían dinero en investigación y descubrían
un nuevo producto. Esto les suponía un plazo de 20 años durante el cual ningún
otro laboratorio competidor podría copiar su medicamento y sacarlo al mercado a
un precio más bajo puesto que al ser una copia se ahorraba todo el dinero y
riesgo de la inversión en I+D. Pero resulta que ese plazo de “exclusividad”
empieza a contar desde el mismo instante en que se descubre el nuevo fármaco;
como a partir de ahí viene todo el proceso de desarrollo para comprobar que es
eficaz y seguro, lo cual lleva varios años. Esto se traduce en que cuando ese
nuevo fármaco sale al mercado (suponiendo que haya llegado hasta el final
superando con éxito todas las fases) sólo le quedan ocho años de media de
exclusividad real antes de que empiecen a copiárselo otros laboratorios. En
esos ocho años tendrá que vender lo suficiente como para amortizar todo el
dinero invertido y conseguir unas ganancias adicionales que le permitan seguir invirtiendo
en la investigación de otros nuevos productos.
“La edad de oro de la industria farmacéutica”, un viaje a los años en que la transparencia informativa llegó a los laboratorios, de la mano de uno de sus grandes directivos.
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