(AZprensa)
Todos sabemos que vamos a morir aunque la mayoría de la gente cierre
conscientemente los ojos a esa realidad tratando de ignorarla. Cuando la muerte
llega a un ser querido, sentimos la pena del egoísmo porque ya no estará con
nosotros sin reparar en que esa persona querida que se ha marchado va a estar
mucho mejor y más feliz a partir de ese momento. Cuando alguien llega a la
vejez, quieras que no se va acostumbrando a ese día cercano del adiós aunque –sin
saber por qué- desea que esté lo más lejos posible. Siendo viejo, los demás
dirán “bueno, es que ya tenía muchos años” y esa certeza mitigará su dolor.
Pero ¿qué pasa cuando quien muere es una persona joven? Aquí el trauma es mayor
porque todos pensamos que tenía “mucha vida por delante y mucho que hacer”, sin
reparar en que quizás ya había cumplido en esos pocos años la misión terrenal
que se le había encomendado. Y voy a dar un paso más: ¿qué pasa cuando quien
muere es un niño? Aquí ya no hay respuestas y por eso no las voy a dar… sólo
recordar la certeza de que a fin de cuentas van a estar mejor allí que aquí.
Y
hoy me he puesto a divagar sobre todo esto al recordar la muerte de una niña de
siete años, compañera de juegos de mi nieta en el parque a la salida del
colegio. ¿Qué se puede decir ante esa muerte? O mejor, ¿qué se puede sentir
ante esa muerte? Yo lo he reflejado así, sobre todo recordando las cosas que
ella me contaba, cómo estaba aprendiendo a tocar el ukelele, cómo le gustaban
los minerales y aprender tantas cosas de la vida… Pero se fue y nos hemos
tenido que contentar con su recuerdo:
UN
UKELELE EN EL CIELO
Llegó
un día de Navidad.
¡Tenía que ser ese día!
Era luz, pura y divina
tomando forma en la Tierra
para acercarse a nosotros
y mostrarnos el camino
a la vida verdadera.
Con
su ejemplo en siete años
ha de bastar, si es que vemos
más allá de la materia.
Nos duele perder amigos,
más aún padres e hijos,
y sin embargo nos vamos
sin que lo hayamos pedido.
Dirán
que era una niña,
que tenía por delante
mil proyectos en su vida,
pero se fue de nosotros
dejándonos como herencia
su bondad y su sonrisa.
Para
eso vino, para decirnos
que olvidemos nuestras riñas,
nuestro afán por este mundo
olvidando que la vida
es lo que espera después,
es lo que Sandra respira
desde hoy, en armonía.
A
la orquesta celestial
llega una nueva solista,
su ukelele sonará
desde hoy en la memoria
de quienes tuvimos la suerte
de compartir su alegría.
(En
recuerdo de mi amiga Sandra Pino. Apenas tenía siete años…)
Vicente Fisac es periodista y escritor. Todos sus libros están disponibles en Amazon: https://www.amazon.com/author/fisac
Hay algo más ahí fuera y no somos capaces de captar las señales que nos envía…
“No son coincidencias”: https://www.amazon.es/dp/B083XVGBHZ
¡Tenía que ser ese día!
Era luz, pura y divina
tomando forma en la Tierra
para acercarse a nosotros
y mostrarnos el camino
a la vida verdadera.
ha de bastar, si es que vemos
más allá de la materia.
Nos duele perder amigos,
más aún padres e hijos,
y sin embargo nos vamos
sin que lo hayamos pedido.
que tenía por delante
mil proyectos en su vida,
pero se fue de nosotros
dejándonos como herencia
su bondad y su sonrisa.
que olvidemos nuestras riñas,
nuestro afán por este mundo
olvidando que la vida
es lo que espera después,
es lo que Sandra respira
desde hoy, en armonía.
llega una nueva solista,
su ukelele sonará
desde hoy en la memoria
de quienes tuvimos la suerte
de compartir su alegría.
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