miércoles, 20 de febrero de 2019

Si encuentran vida aquí, puede haber vida en cualquier sitio


(AZprensa) No hace falta irse muy lejos para comprobar si puede haber vida en otros planetas. Hasta ahora se ha comprobado que existe vida en ambientes extremos y que existen microorganismos capaces de soportar calor, radiación, presión o acidez desorbitados. Sin embargo nunca se había explorado un ambiente “poliextremo” y eso es lo que está haciendo el denominado proyecto Prometheus, un equipo de seis investigadores financiados por el Consejo Europeo de Investigación (ERC).

Este equipo se ha desplazado al valle del Rift (Etiopía), un lugar que se encuentra a ciento veinte metros bajo el nivel del mar en la depresión de Danakil, una extensa planicie de sal producida por inundaciones y evaporaciones sucesivas de agua del Mar Rojo, la última ocurrida hace unos 32.000 años. Se trata de una zona –Dallol- extremadamente activa geológicamente, que alberga una cadena de volcanes y un sistema hidrotermal único en el mundo.

La interacción del magma subterráneo con la sal ha generado en Dallol un sistema hidrotermal que combina temperaturas extremas (108 grados), hipersalinidad e hiperacidez con altas concentraciones de hierro y carencia de oxígeno. Igualmente, el sistema presenta una asombrosa variedad de estructuras minerales complejas que visualmente se asemejan a un jardín mineral.

Dallol constituye un sistema muy activo, en el que los manantiales se secan o emergen en cuestión de días, y constituye un lugar idóneo para estudiar los procesos geoquímicos en el pasado de la Tierra, como los que tuvieron lugar durante la Gran Oxidación, el periodo en el que las bacterias comenzaron a producir oxígeno en la fotosíntesis y que produjo un cambio global.

En estudios previos en laboratorio, trabajando en condiciones similares, han demostrado que la frontera entre lo mineral y lo vivo es más difusa de lo que se pensaba, ya que pueden formarse estructuras minerales autoorganizadas que adoptan las formas curvas de lo vivo y que, además, pueden dar lugar a las moléculas necesarias para la aparición de la vida. “Al desarrollar este tipo de estructuras en laboratorio demostramos que la forma no puede ser un criterio inequívoco para diferenciar lo biológico de lo mineral, lo que contrariaba la opinión generalizada que relaciona lo vivo con la curva y lo mineral con lo geométrico y la línea recta”, ha señalado Juan Manuel García Ruiz, descubridor de estas estructuras.

Hace unos años, en 2016, investigadores de la Universidad de La Sapienza (Roma), partiendo de la formamida, una de las moléculas orgánicas más simples, observaron que un tipo concreto de minerales autoensamblados, unas membranas tubulares conocidas como jardines de sílice, podían generar, en un mismo experimento, los ladrillos fundamentales para la vida (aminoácidos y bases nitrogenadas). Y no sólo eso, sino que evidenciaron cómo las condiciones para que se dieran procesos similares en la naturaleza ya existían hace 4400 millones de años, mil millones de años antes de la formación de los fósiles más antiguos confirmados.

Por lo tanto, si se encuentran microorganismos en Dallol se ampliarían los límites reconocidos para la existencia de vida y –en consecuencia- para la existencia de vida también en otros planetas.

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