(AZprensa) Algunas empresas ofrecen a sus empleados como un extra un
“Plan de pensiones”. Suele hacer la empresa una pequeña aportación y luego debe
ser el empleado el que continúe con las aportaciones. Es obvio que para la entidad
bancaria es un buen negocio, pero también lo es para la empresa ya que puede
presumir de ese importante beneficio social que le sale bien barato… Pero no
siempre es así. Hay casos excepcionales como el que vamos a relatar de un
laboratorio farmacéutico:
Se estableció para todos los empleados un plan de
pensiones que se inauguró con un gran aporte inicial por parte de la empresa.
Ese importe estaba en función del salario que percibía cada trabajador y de los
años que llevara en la empresa (contando a efectos de antigüedad los años
previos trabajados en cualquiera de las empresas del grupo multinacional al que
pertenecía). Pero además, se les ofreció a los empleados la posibilidad de que
también ellos hicieran aportaciones mensuales a dicho plan de pensiones… pero
con una particularidad: la empresa aportaría el doble de lo que aportase cada
empleado (con un tope máximo, por supuesto). En término medio esto significaba
que la empresa aportaba cada año a cada plan de pensiones el equivalente a un
salario bruto anual de cada empleado.
Como los planes de pensiones no se pueden recuperar hasta
la jubilación, se había establecido que si el trabajador dejaba antes la
compañía, ese dinero acumulado pasaría a su propiedad y podría hacer con él lo
que quisiese: seguir realizando aportaciones o simplemente dejarlo en espera de
la jubilación para recuperarlo. En definitiva, todo el dinero aportado por la
empresa para el plan de pensiones siempre revertiría finalmente en el empleado.
Todos los meses se informaba a los empleados de la marcha
del plan de pensiones y de su revalorización, y aunque en muchos momentos la
rentabilidad fue negativa (el mercado bursátil y de fondos de inversión siempre
ofrece fluctuaciones), las aportaciones de la empresa eran tantas que por más
que bajase el interés siempre crecía y crecía el montante final.
Fuente: “El legado farmacéutico de Alfred Nobel”, de Vicente Fisac. Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa.
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