(AZprensa)
Las leyes de la Naturaleza son inmutables y sin embargo a los seres humanos se
nos olvida constantemente. Un caso claro de esto lo tenemos con la gestación:
Cada vez se retrasa más la edad de quedarse embarazada y se olvidan que la
biología del cuerpo humano está diseñada para tener hijos cuando se es joven,
no cuando es mayor.
Pero
los datos son los que son. España es el segundo país de la Unión Europea con el
índice de natalidad más bajo, con 1,1 hijos por mujer (según datos del año
2021).
Desde
2020, en España, la edad de la maternidad está por encima de los 30 años,
acerándose en 2021 (último año del que hay registro) a los 33 años. Como indica
el Dr. Juan José Espinós, presidente de la Sociedad Española de Fertilidad
(SEF), “la edad es el principal problema; a más edad, menos probabilidades de
gestación. La probabilidad de que una mujer se quede embarazada con 30 años es
de un 20% cada mes, porcentaje que baja hasta el 5% cuando tiene 40 años”.
Por
motivos económicos, laborales, sociales, etc., pero sobre todo por egoísmo, se
retrasa cada vez más la edad de quedarse embarazada y luego, claro está, hay
que acudir a las técnicas de reproducción asistida. No olvidemos que según un informe
de la Organización Mundial de la salud (OMS), una de cada seis personas (el
17,5 por ciento de los adultos) padece esterilidad.
Pero
esa reticencia a tener hijos, o si se van a tener el retrasarlo lo más posible
y tener si acaso sólo uno, sólo se da entre las parejas españolas y europeas.
En cambio, los colectivos procedentes de otros continentes sí que tienen varios
hijos y los tienen pronto (como marca la Naturaleza), con lo cual son ellos los
que demográficamente están repoblando Europa.
Esa
repoblación se hace de la manera tradicional en estos colectivos, mientras que
en las parejas españolas y europeas lo que abunda cada vez más son la gestación
en parejas del mismo sexo, en monoparentales y en personas mayores.
Todo
esto ha dado lugar a un floreciente negocio de la fertilidad, mediante la
conservación de semen y óvulos para que estos se puedan utilizar más adelante
cuando “les venga bien”, y a quien mejor les viene –desde luego- es a los
propietarios de esas clínicas. Estamos pasando, pues, de una sociedad en las
que hombres y mujeres creaban descendencia con la ayuda sanitaria
correspondiente, a una sociedad en la que proliferan las clínicas a las que acuden
los clientes para pagar hijos a la medida de sus gustos y conveniencia.
En
definitiva, lo que antes eran padres y madres, ahora son “clientes” y lo que
antes eran médicos, hospitales y clínicas, ahora son “empresas”.
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