Actualmente
las huellas dactilares siguen demostrando su utilidad para identificar a los
individuos. En efecto, después de más de un siglo de experiencia, las huellas
dactilares se han confirmado como un elemento diferenciador de los individuos;
tanto es así, que incluso los gemelos idénticos, cuyos genes son idénticos,
presentan huellas dactilares diferentes.
Dentro
del campo de la criminología, la utilidad diaria de este medio de
identificación sigue manteniendo su plena validez. Ahora bien ¿qué ocurre en
una investigación de este tipo cuando no se dispone de huellas dactilares? Es
aquí donde adquieren valor las nuevas técnicas de identificación por ADN.
El
término “dactiloscopia del ADN” fue acuñado por Sir Alec Jeffries, de la
Universidad de Leicester (Reino Unido), para definir la técnica que permite la
identificación genética. Hoy en día está alcanzando tal éxito que la biología
molecular se está convirtiendo en algo tan familiar como las huellas dactilares
o el grupo sanguíneo y no es raro encontrar con frecuencia referencias a la
misma en cualquier medio de comunicación.
En
Estados Unidos, por ejemplo, se realizan al año unas 150.000 pruebas de ADN.
Aunque las correspondientes a pruebas de paternidad abarcan el mayor porcentaje
de las mismas, hay también en aquél país más de 5.000 pruebas concernientes a
procesos criminales.
Primeras
aplicaciones
Fue
en 1986 cuando la prueba del ADN se utilizó por primera vez, concretamente en
un caso de violación y asesinato, permitiendo la exculpación del sospechoso y
la imputación de los cargos a otro. Desde entonces han ido surgiendo algunas
compañías –actualmente no pasan de media docena- que han desarrollado estas
técnicas de identificación y las ponen al servicio de sus clientes. Las
materias analizadas pueden ser muy diversas, aunque las más habituales son la
sangre, saliva, semen y tejidos.
Cellmark
Diagnostics, por ejemplo, es una compañía que tiene los derechos sobre las
investigaciones y productos químicos desarrollados por Sir Alec Jeffries, para
cortar fragmentos especiales de ADN. Entre sus casos más famosos se cuenta el
de un asesinato en el que se condenó al homicida sin que llegase a aparecer el
cuerpo de la víctima. Se trataba de una mujer de Missouri (Estados Unidos) que
no se presentó en el juicio que se celebraba para determinar la custodia de sus
hijos y nunca más se la volvió a ver. Sin embargo, veinte meses después, se
encontró su coche con muestras de sangre y perdigones en su interior que
evidenciaban un asesinato. Los científicos de Cellmark analizaron el ADN de los
dos hijos de la pareja y del marido, a partir de los cuales pudieron deducir el
probable patrón del ADN de la esposa. Tras comparar este probable patrón con el
de la sangre encontrada en el coche, concluyeron que las probabilidades de que
la sangre encontrada en el coche perteneciera a la esposa era de 150.000 a uno.
De esta forma, y a pesar de que no se había encontrado ningún cadáver, el
marido fue condenado.
Un
delicado proceso
Normalmente
en estos procesos las muestras que se pretenden analizar son entregadas a la
compañía en cuestión la cual, bajo el control de abogados y consultores
científicos, realiza el análisis.
La
primera tarea suele consistir en la separación de un 10 por ciento de cada
muestra para guardarla y tenerla disponible en caso de que fueran necesarias
pruebas adicionales. Después se inicia la delicada tarea de extraer hilos
submicroscópicos del ADN procedente del tejido analizado, cortando las hebras
en fragmentos y marcando las seleccionadas con átomos radioactivos. Al colocar
sobre esos fragmentos un trozo de película para rayos X, los átomos
radioactivos dejan unas manchas en los lugares donde se haya expuesto la
película.
El
ADN formado por esas largas hileras de cuentas moleculares, es prácticamente el
mismo en todos los seres humanos, pero en algunas zonas de esos collares
moleculares, la secuencia de las cuentas varía de un ser humano a otro. Esas
secciones, que son polimórficas, son las que hacen que un fragmento de ADN de
una persona sea más corto o más largo que el mismo de otra persona. Así, cuando
los biólogos cortan el ADN con sus tijeras químicas, se pueden observar las
diferencias polimórficas en esos fragmentos de ADN. No obstante, y para que la
identificación se considere como fiable, se necesitan normalmente entre 5 y 8
fragmentos polimórficos.
Aunque
su aplicación en la criminología supone tan sólo un porcentaje minoritario, es
evidente que su repercusión en los medios de comunicación es muy elevada y ha contribuido
a la popularidad de la misma. Sin embargo es en las pruebas de paternidad donde
la identificación genética encuentra su mayor aplicación hoy día; y todo ello
sin olvidar que hoy en día se están abriendo nuevos caminos para su utilización
en otras áreas de enorme interés como, por ejemplo, la detección precoz de
enfermedades...
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