(AZprensa) Aquí no nos referimos a las comidas que se
hacen a diario durante el tiempo destinado a comida en la jornada laboral, ni a
las que la empresa paga a los que participan en una reunión de trabajo, sino a
esas otras que a modo individual tienen que hacer los empleados cuando salen de
viaje por motivos laborales. Nos fijaremos, por ejemplo, en una gran compañía
farmacéutica, en donde el hecho de tener que comer cuando se está de viaje por
asuntos laborales, dicho coste era asumido por la compañía, pero ¿con qué
límites? En este caso, la empresa no fijaba un límite máximo sino sólo pedía un
gasto razonable, el cual era reflejado después al hacer el informe de gastos de
viaje que incluía los desplazamientos, las comidas, y cualquier otro gasto
necesario. Pero también se incluían aquí los habituales cafés o bebidas que hay
que tomar cuando estás en el aeropuerto esperando que salga el avión, o en la
estación de tren en idénticas circunstancias. Por supuesto que en el caso de
los visitadores médicos las condiciones eran distintas, ya que estos
desarrollan una labor que exige constantes viajes con sus respectivas comidas,
y por eso para ellos sí se había establecido un importe fijo de dinero (dietas)
para que lo destinasen como quisiesen a su manutención en tales circunstancias.
El permitir un “gasto razonable” significa que la
compañía confía en sus empleados y cuando los empleados notan esa confianza se
sienten más motivados y mejora su rendimiento laboral. ¿…Que puede haber
excepciones y algún caradura se pase de la raya? Pero, para algún caso
excepcional como ese ya se dispone de los informes de gastos mensuales que debe
aprobar cada superior.
Fuente: “El legado farmacéutico de Alfred Nobel”, de Vicente Fisac. Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa.
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