miércoles, 31 de marzo de 2021

Un coñac para todos

(AZprensa) Después de una buena comida siempre se agradece una copa para hacer más relajada y agradable la sobremesa. ¿Quién no se ha sentido contento cuando alguno de los comensales invitaba a una ronda y llamaba al camarero para que sirviese una copa de coñac? Pues ese gesto generoso, hay veces que es signo de la más vil tacañería. Sí, sí, como lo oyes (es decir, como lo lees). A mí me pasó una vez que me invitaron a una copa de coñac después de una comida y en vez de darle las gracias le llamé tacaño y miserable. Esta es la historia…
 
Trabajaba por entonces en un laboratorio farmacéutico llamado Sociedad Ibérica de Estudios Terapéuticos Aplicados, que como era un nombre muy largo, todos lo conocían como Sideta. Aquél laboratorio era una “rara avis” porque sólo trabajábamos por las mañanas y a las tres de la tarde todos nos íbamos a casa… excepto cuando había alguna reunión de trabajo y entonces teníamos que salir a comer por allí cerca para luego volver a la oficina.
 
El director de Marketing era una persona muy cercana y amable, sencilla y de trato agradable, pero… era la tacañería personificada. Ante cualquier propuesta que se le plantease, lo primero que hacía era preguntar por el coste que tenía; poco importaba que eso fuese a generar o no grandes beneficios a la empresa; lo primero era la “peseta” (todavía no habían aparecido los euros).
 
Así no es de extrañar que cuando se celebraba alguna de aquellas reuniones que requerían nuestra participación mañana y tarde, se hiciese a mediodía un descanso para ir a comer a un restaurante cercano… y barato. Es evidente que si el coste de esa comida iba a parar al presupuesto del director de Marketing este aquilatase al máximo el coste para que resultase lo más económico posible.
 
De esta forma, siempre íbamos a comer a un restaurante modesto que había por allí cerca, aunque –todo hay que reconocerlo- la comida estaba bien aunque el menú fuese barato. Pero, claro, tratando de ajustar los precios, nada de extras, sólo lo del menú del día. Y si sobraba tiempo para una pequeña sobremesa, pues que cada cual eligiera entre café o postre, nunca las dos cosas juntas porque eso significaba un gasto extra.
 
Por eso, un día nos quedamos todos atónitos cuando el susodicho director de Marketing llamó al camarero y le dijo: “Traiga una copa de coñac para todos”. Ya os podéis imaginar la cara de asombro que se nos quedó al ver aquél arranque de generosidad… hasta que un compañero dijo: “Yo prefiero una copa de anís”. Fue entonces cuando todos nosotros –incluido el camarero- salimos de nuestro error, porque el director de Marketing nos aclaró: “No, no, me refiero a una sola copa de coñac nada más, para que todos podamos echar unas gotas de coñac en el café”.
 
Entre las protestas y cachondeo generalizado le llamamos tacaño, roñoso, ruin, y todo lo que podáis imaginar, aunque siempre en tono cariñoso que no le ofendió sino que le hizo unirse a nuestras risas porque a fin de cuentas, en la empresa había un buen ambiente laboral. Eso sí, sólo una copa de coñac que nos fuimos pasando uno a otro, vigilando muy estrechamente que nadie se echase unas gotas de más.


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