(AZprensa) Hoy día todos conocen AstraZeneca por su
vacuna contra el COVID-19, aunque la mayoría poco más sabe de esta empresa,
comenzando por sus propios empleados que ni siquiera saben que según la Real
Academia de la Lengua Española es una palabra esdrújula y por lo tanto debe
llevar acento gráfico así: AstraZéneca. Por lo tanto, a partir de este momento
escribiremos su nombre correctamente: AstraZéneca. Y esto es algo que se consultó a sus asesores legales en la sede central de Londres y confirmaron que en
los países de habla hispana sí que podíamos ponerle acento gráfico siempre que
formase parte de un texto (el logotipo es otra cosa y eso no se puede cambiar).
Como aquí estamos escribiendo un texto, seguiremos, pues, con el acento
gráfico.
Tampoco saben muchos que hasta 10 galardonados con el
Premio Nobel trabajaron y/o colaboraron con este laboratorio farmacéutico, y
que una de las empresas fundadoras fue precisamente Industrias Nobel, la
empresa creada por el propio Alfred Nobel.
Muy pocos conocen sus orígenes e incluso lo que podríamos
considerar su “prehistoria” que se remonta nada más y nada menos que al año 1.790
con un pionero de la química que impulsó el negocio de los colorantes.
De sus aportaciones a la química pocos conocen que el
color índigo, el azul de los pantalones vaqueros, fue descubierto por las
compañías que luego darían lugar al nacimiento de AstraZéneca; al igual que el
plástico biodegradable biopol que hoy día se utiliza en muhcas botellas de refrescos
y envases de alimentación; o en la fibra sintética Terylene con la que se
confeccionan multitud de anoraks y prendas de vestir; o multitud de productos
que se utilizan para curtir el cuero; o agroquímicos para conseguir cosechas
sanas y abundantes; o alternativas al cloro para que podamos bañarnos con seguridad
en las piscinas; o derivados plásticos para la confección de pelotas de tenis,
piezas para el automóvil, etc.; o barnices para la protección y conservación de
la madera… Total, que en tu casa, en tu vida diaria hay cientos de productos
que tiene su origen en las mismas compañías que dieron su origen a AstraZéneca:
en tu casa, en tus muebles, en tu ropa, en tu alimentación, en tu coche…
Pero si hablamos ya de sus productos farmacéuticos, pocos
sabrán que algunos de ellos han sido en algún momento los más vendidos del
mundo; que algunos de ellos han salvado más vidas que la mismísima penicilina;
que uno de ellos fue elegido como el fármaco del milenio (tenían que elegir un
solo medicamento que hubiese sido realmente innovador y lo eligieron a él); que
hasta en pleno invierno, en el Polo Sur, tuvieron que enviar uno de sus
medicamentos para salvar la vida a una investigadora…
Son historias curiosas que muy pocos conocen y que –como decimos-
ni siquiera la mayoría de sus empleados ha oído hablar de ellas. Por eso, el libro “El legado
farmacéutico de Alfred Nobel” nos invita a este sorprendente recorrido por la
historia de AstraZéneca que es parte importante de la propia historia de la
industria farmacéutica. Y que no piense nadie que es uno de esos libros que los
laboratorios escriben para ensalzar sus virtudes y darse autobombo; por el contrario
este libro está escrito por alguien que trabajó como responsable de
Comunicación en este grupo durante 24 años y que, ya jubilado, ha recopilado la
información y las historias más amenas e interesantes que a lo largo de tan
dilatada trayectoria se fueron haciendo públicas y que, por primera vez, ahora
quedan reunidas en este libro.
Fuente: “El legado farmacéutico de Alfred Nobel”, Vicente Fisac.
Disponible en Amazon, en ediciones digital e impresa: https://amzn.to/3lkv5h8
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