(AZprensa) Había una vez un político que aspiraba a ser
presidente de su país. Cuando las elecciones le dieron mayoría se enfundó todo
ufano la chaqueta de “presidente en funciones” y se dispuso a formar gobierno,
pero esa mayoría que había obtenido era tan pequeña que necesitaba el apoyo de
otros partidos para poder gobernar. Miró hacia un lado y le hicieron ascos,
miró hacia otro lado y le dijeron que si quería gobernar tenía que tragar con
un montón de imposiciones. Como no estaba dispuesto a consentir tantas imposiciones
y puesto que ya era “presidente” aunque fuese “en funciones” decidió convocar
otras elecciones. Los resultados fueron peores que la vez anterior, a pesar de
ser su partido el más votado. Por consiguiente necesitaba el apoyo de otros
partidos.
Se dio cuenta que seguir convocando elecciones para
conseguir una mayoría suficiente era un sueño imposible y que cada nueva
convocatoria sólo le traería un descalabro mayor. Comprendió entonces que había
de ser práctico y tragar con lo que fuese para poder dejar de estar “en
funciones” y ser “presidente” de verdad. Los que antes le habían pedido el oro
y el moro para apoyarle, ahora le exigían más aún y eso que esta vez tenían
menos diputados que antes. ¿De dónde sacar los apoyos que necesitaba?
Comprendió que su único objetivo era ser “presidente”, que todo lo demás daba
igual, así que decidió aceptar el voto de los partidos que buscaban romper el
país y trocearlo en pequeños reinos independientes. Le dio rabia aceptar eso
porque además estos últimos le exigían más y más cosas. Pero daba igual, su
objetivo era ser "presidente” aunque su país se desgajase en trocitos
(algún trozo le quedaría a él), aunque la gente se arruinase, aunque el dinero
público se repartiese de manera injusta atendiendo no a necesidades reales o a
principios de justicia sino a la lógica de pagar favores.
Por fin ese “presidente en funciones” consiguió su sueño
de ser “presidente”, mientras los ciudadanos veían con asombro e indignación
cómo le manejaban unos y otros al tiempo que con cada tirón iban rompiendo y
arruinando el país. Ni siquiera la bandera o el himno nacional se salvaron,
porque quienes le auparon al gobierno odiaban esa bandera y ese himno y salían
a la calle con otras banderas y otros himnos.
Y así fue pasando el tiempo y ese presidente siguió
aferrado a su trono con el apoyo de todos aquellos que odiaban su país, su
himno y su bandera. Y por supuesto asfixiando a todos esos ciudadanos a los que estrujaba con
impuestos para saciar sus ansias de dinero y poder. Ese presidente odiaba su
propio país pero se aprovechaba de él, al igual que todos los secuaces que le
habían aupado al cargo. En realidad, ese presidente sólo se amaba a sí mismo;
todo lo demás le daba igual.
PD.- Si piensas que este es un relato de ficción, estás
muy equivocado. Es una crónica histórica real del momento actual de España.
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