miércoles, 20 de octubre de 2021

Una errata en… ¡el titular!

(AZprensa) Cuando cualquier periodista escribe un artículo, una vez ha terminado vuelve a leerlo para asegurarse que todo está bien y que no hay errores de ningún tipo. Pero ¿te imaginas que después de haber escrito el artículo y haberlo revisado, vas y cometes un error gordo en el titular? Pues de esto hay miles de ejemplos en el periodismo, aunque ahora voy a rememorar un caso concreto. Esta es la historia…
 
Por aquél entonces era presidente de la empresa de agroquímicos ICI-Zeltia el antiguo director de Marketing, y antes de eso Jefe de Producto, Enrique Portús. Por mi parte, como Jefe de Publicidad de aquella empresa, había descubierto que más que la Publicidad lo que me gustaba era el Periodismo, así que había organizado un Gabinete de Prensa unipersonal (yo sólo) para difundir a través de los medios de comunicación las noticias más relevantes de mi empresa.
 
Aunque en mi departamento de Publicidad tenía tres personas (un adjunto, una responsable de medios y una secretaria) ellos sólo se dedicaban a la publicidad y esto de la prensa que se me había ocurrido lo hacía yo solo, pero no me importaba ya que el ejercer de periodista era algo que me divertía y además me servía de aprendizaje de una nueva faceta profesional.
 
A los directivos de la empresa les gustaba eso de ver aparecer en los medios de comunicación noticias hablando bien de la empresa… ¡sin que hubiesen tenido que pagar ni un solo céntimo por ellas! Y es que estaban acostumbrados a la Publicidad en donde tú pagas y tú pones lo que quieres, donde quieres y cuando y cómo quieres. Pero esto era distinto. Yo escribía las noticias, las enviaba a los medios y estos publicaban o no lo que querían. En general se portaban bien y se atenían a lo que les enviaba que –todo hay que decirlo- eran textos “periodísticos” no “publicitarios”.
 
Pero el despertar el interés de los medios de comunicación hacia tu empresa hace que los periodistas quieran conocer más, y no sólo lo que tú les mandas, sino lo que ellos quieran averiguar. En este sentido comenzaron a ser frecuentes las peticiones de entrevistas con directivos o expertos en distintas áreas, para abordar temas concretos que a los periodistas les parecían de interés para sus lectores.
 
Esto ya no les había tanta gracia a los directivos, que se ponían nerviosos ante el micrófono del periodista, y no digamos nada si encima había cámaras de televisión o fotógrafos que empezaban a pedirles las poses más extrañas. Entre el temor al ridículo o a la involuntaria metedura de pata, los directivos accedían a regañadientes a estas entrevistas, aunque luego el resultado final solía ser bastante satisfactorio.
 
Sin embargo una vez, una importante revista semanal del ámbito empresarial me pidió una entrevista con el presidente, así que, tras las pertinentes gestiones, concretamos esa entrevista que se realizaría en el propio despacho del presidente. Llegaron el periodista y el fotógrafo y les presenté al presidente, Enrique Portús, el cual le dio al periodista la correspondiente tarjeta de visita. Yo también le entregué un dossier con datos de la compañía.
 
La entrevista se desarrolló con normalidad y al cabo de una semana, todos estábamos impacientes por ver cómo había quedado reflejada en la revista. Cuando por fin abrí un ejemplar de la misma comencé a hojearla con impaciencia hasta que de repente apareció ante mí una doble página a todo color con la citada entrevista y… un sudor frío que me paralizó por completo.
 
Ya os he dicho que el presidente se llamaba Enrique Portús, que así figuraba en el dossier que le entregué y así figuraba –por supuesto- en la tarjeta de visita que él mismo entregó al periodista. Pues bien, en el titular de la entrevista había puesto el nombre del entrevistado con unos enormes caracteres que ocupaban toda una página a lo ancho, pero lo que allí aparecía no era “Enrique Portús”  sino “Enrique Porrús”.
 
¿Cómo se puede cometer semejante error tipográfico? Porque luego, al leer el texto, ese nombre se repetía alguna vez más pero ya correctamente escrito. No sabía qué decir ni cómo explicarlo, pero tenía que dar la cara y le llevé la revista al presidente. Le puse sobre aviso y le mostré mi sorpresa e indignación con el error que habían cometido. Poco importaba que la entrevista fuese muy correcta, que todo estuviese escrito en tono favorable hacia el directivo y hacia la empresa… el caso es que ese error echaba por tierra todo lo demás.
 
Afortunadamente, el presidente se lo tomó con deportividad, ya le expliqué que esto son gajes del oficio que suceden muy de tarde en tarde… pero que alguna vez suceden. Le dije que exigiría una rectificación, aunque sabía que de poco serviría porque, en efecto, a los 15 días se excusaron en la revista lamentando el error cometido… pero lo que nadie podía hacer era volver al pasado y cambiar el destino.
 
De todas formas, ya dijo Jesús que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” y en este sentido yo también pequé una vez con un pecado de similar calibre. Como Jefe de Publicidad de esta empresa preparé un cartel publicitario para anunciar un fungicida. Este fungicida combatía de forma eficacísima una enfermedad muy concreta de los frutales, el oidio, así que puse como titular de ese cartel (que era de un tamaña de 50x70 centímetros) la palabra “antioidio” y debajo una foto de árboles frutales atacados de la enfermedad y los logotipos del producto y de la empresa.
 
Cuando trajeron de la imprenta las pruebas de impresión, las revisé para que todo estuviese correcto. Y en efecto, sólo había que retocar un poco el color de la fotografía para darle mayor vivacidad y por lo demás todo estaba perfecto. Al cabo de unos días trajeron los ejemplares ya impresos del cartel y me quedé de piedra al verlos; lo que allí ponía, en caracteres gigantescos era “ANTIODIO” no “ANTIOIDIO”. ¿Cómo era posible que me hubiera pasado desapercibido un error de ese calibre. Inmediatamente exigí las pruebas que yo había revisado y a las que había dado el visto bueno… y allí seguía poniendo “AINTIODIO”. En fin, hubo que tirar esos ejemplares y hacer otra tirada y, por lo menos, la imprenta se portó bien y sólo me cobró el coste del papel que había desperdiciado.
 

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